Roberto Mesa "Genocidio en Viet Nam"

 En estos días en que la amenaza de guerra imperialista de nuevo se cierne sobre todos nosotros, volver a leer este magnífico artículo del profesor Roberto Mesa (1935 - 2004), el verdadero iniciador de los estudios geopolíticos en España, es algo más que una necesidad. El mundo realmente no ha cambiado.  Es un texto sobre Viet Nam publicado en Cuadernos de Ruedo Ibérico (en el exilio de París) en octubre de 1966, pero sus implicaciones van mucho más allá de la coyuntura. Es una de las obras clave del antimperialismo. (En dos entregas por su extensión.)

Horst Fast. Civiles Vietnamitas en Dong Xoai. Junio 1965
 

 
  Genocidio en Viet Nam: ética y política americana
Roberto Mesa

1. Es un hecho no necesitado de demostración que las aventuras colonialistas siempre con­cluyen mal; pero casi nunca para el país colonizador, para los mecanismos de explo­tación. Finaliza, pésima y tardíamente, para los indígenas, para los sometidos al yugo del pater­nalismo individualista.

   Este Viet Nam, inexorable noticia diaria de primera página, también fue en su inicio una empresa colonial y aún no ha dejado de serlo. El sudeste asiático recibió, o más correcta­mente, al sudeste asiático se le impuso toda la trágica caravana de mercaderes, administrado­res, aventureros, misioneros y militares. Durante cerca de un siglo se aposentó la garra colonial en la piel de la península de Indochina. No es preciso dejar constancia de que la potencia encargada de elevar el nivel del pueblo sometido a su tutela lo hizo todo: desde la corrupción administrativa hasta la trata de mujeres y el tráfico de drogas.

   A esta situación absoluta puso fin la conmoción producida por la segunda guerra mundial que exhibió, ante los ojos atónitos de los sometidos, al protector, inglés o francés, vencido y des­trozado por otro pueblo asiático: Japón. Este hecho militar y una tradicional ideología orien­tal fueron bastante para que Asia se convirtiese en la cuna doctrinaria de la descolonización. Bandung supone todavía el grito de liberación de los pueblos oprimidos; y lo será aún durante mucho tiempo, pues la capacidad de ilusión es grande. El llamamiento lanzado en Bandung escalofrió el espinazo de los pueblos maniatados; que, con una penosa prueba de ingenuidad, creyeron en los principios de la tolerancia que no se había practicado con ellos mismos. En el mes de abril de 1955, álgido y vigente el fenómeno de guerra fría, los pueblos, muy pocos, recién llegados a la independencia, declaraban a los dos sistemas enfrentados, socialismo y capitalismo, que ellos optaban por una tercera vía luminosa y ejemplar: el neutra­lismo. Los descolonizados afirmaban su propó­sito de no terciar en la lucha dialéctica que ya había tenido sus ilustraciones bélicas. Hoy, sólo algo más de once años después de Bandung, es triste tener que realizar un balance tan radical­mente negativo. El neutralismo, el afán de paz a ultranza, aunque se le tiñese con el califica­tivo de positivo, ha resultado penosamente derrotado. África entera, sepultados los nom­bres de Ben Bella, Lumumba y Nkrumah, está en manos de la reacción y del militarismo. Latinoamérica continúa siendo, para los más optimistas, una incógnita; los realistas verifi­can la presencia de tropas y de monedas extran­jeras. Sólo Cuba, que eligió rectamente su destino, se mantiene incólume. A tan escasa distancia cronológica de la descolonización cobran mayor potencialidad, si es posible, las advertencias premonitorias de Frantz Fanón. Ante el capitalismo imperialista y sus impulsos colonialistas no caben ni el sosiego ni, mucho menos, la tregua. Es infantil pensar en un diálogo con el capitalismo industrial por parte de los subdesarrollados en un ilusorio pie de igualdad. Ya no es tiempo de ingenuidades; cuando sucede tal intento de diálogo nunca viene por boca de un responsable: se trata de un suicida o, la mayoría de las veces, de un traidor. Traición es creer, defecto de utópicos o vicio malsano de oportunistas, en el diálogo de ideologías políticas y éticamente opuestas.

   El sudeste asiático también fue y es colonia; desde los primeros misioneros, españoles y franceses, desembarcados en su costa, hasta la aventura decimonónica, de franceses y españo­les, que tan exóticos sueños imperiales desper­taría con el nombre de expedición a la Cochin-china. Y Francia queda instalada en la penín­sula; hasta que, durante la segunda guerra mundial, el gobierno de Vichy negocia con el japonés el cambio de administración. En esta época, precisamente, ya funcionaba una forma­ción nacionalista, el Viet Minh, con un ministro que combatía en los pantanos y en los arrozales contra franceses y japoneses: Ho Chi Minh. Así, muy simplemente, en los años cuarenta, comienza la lucha del pueblo vietnamita por su independencia.

   Concluida la guerra victoriosamente para los ejércitos aliados, la metrópoli francesa no iba a renunciar de grado a su colonia asiática. En la teoría y en la práctica del colonizador nunca entra la hipótesis del abandono. Primero, el engaño: el indígena será «asimilado»; la asimilación es, sencillamente, la trituración de la autenticidad (lengua, folklore, cultura) del pueblo «asimilada». Después, una fase posterior, la humillación y el engaño: Francia negocia con Ho Chi Minh en marzo de 1946 (Acuerdos Sainteny - Ho Chi Minh) para dos años más tarde reponer la acomodaticia autoridad del emperador Bao Dai (Acuerdos de la Bahía de Along, 5 de junio de 1948). Y, finalmente, un tercer momento cuando la trituración, la humillación y el engaño no bastan; entonces, siempre queda la guerra, el exterminio físico. Pero las luchas coloniales concluyen en Dien Bien Phu; donde los cuerpos de «legionarios, mercenarios y pretorianos», sucumben ante escuálidos, desnutridos y sin pertrechos, campe­sinos que conduce Giap, un militar sin pasado, un antiguo profesor de historia.

   La catástrofe de Dien Bien Phu, ángel incluido, sacude la política interna francesa; caen los gobiernos y el portavoz de la IVa República en Ginebra, Georges Bidault, es sucedido por Mendés-France. Y en esa misma Ginebra, en la noche del 20 al 21 de junio de 1954 se firma el acuerdo de alto el fuego para Viet Nam. El Ejército francés retira sus armas y bagajes y marcha, junto con los administradores, en busca de los espacios argelinos. En Viet Nam quedaban la corrupción y los textos de los Acuerdos de Ginebra. El viejo luchador Ho había conquistado su primera victoria.

 

2. El Viet Nam, una consecuencia de la lucha, resulta dividido por una línea militar. La línea de demarcación se fija siguiendo el río Song-Ben-Hai, a una veintena de kilómetros de la carretera colonial número 9, a la altura del paralelo 17: «las fuerzas deberán agruparse a una y a otra parte de esta línea». El artí­culo 6° de los Acuerdos especifica que la línea de demarcación militar en el Viet Nam es una línea provisional, que no puede cons­tituir una delimitación política» ; sin embargo, la realidad de otros acuerdos de alto el fuego anteriores, los referentes a Corea, podía confi­gurar una situación muy distinta y muy apro­piada para determinadas experiencias neo-colonialistas. Esta nueva práctica exige un sujeto dotado de un sentido moderno y dinámico de la técnica colonial, sin prejuicios de orden humanitario, con una potencia industrial absoluta y una fuerza militar ciega. Es decir, una gran potencia con una aspiración hegemónica ilimitada y lanzada a una carrera en cuyos objetivos finales no se distingan las opciones políticas de las maniobras bélicas. Una gran potencia con un historial ilustre en la subver­sión de los gobiernos populares.

   Esta gran potencia, arrojada a las playas de Viet Nam en los meses siguientes a los Acuer­dos de Ginebra, fue Norteamérica. Poco antes, y no por timidez sino por cautela, Estados Unidos había ido ocupando modestas pero seguras posiciones mediante unos acuerdos previos de carácter económico. No obstante, el esfuerzo central de la diplomacia norteamericana, centrado en la aceleración de la derrota fran­cesa, llegando incluso a la negación de una ayuda militar sustantiva a la metrópoli en desgracia. Pero, eliminada la antigua influencia colonial, en el mes de mayo de 1955, Viet Nam del Sur se encuentra ya incluido en el Programa de Asistencia para la Defensa Mutua. Conse­cuentemente, el mecanismo se repite en todos los escenarios, en noviembre de 1957 otro acuerdo venía a garantizar la seguridad de las inversiones USA en Viet Nam del Sur. Todo ello bajo el patronato de un hombre formado en Norteamérica y protegido por sus oligar­quías: Diem. Y cuando el día 28 de abril de 1956 los últimos elementos del cuerpo expedicionario francés abandonaban Indochina ya se hallaba instalado en Saigón el Military Aid and Advisory Group.

   Este procedimiento de infiltración no suponía nada nuevo en la práctica norteamericana clásica. El ejercicio hegemónico de Estados Unidos comienza casi en los albores del siglo XIX, aún antes de concluida la propia unidad nacional. La repetidísima Declaración de Monroe que, observada desde un ángulo histórico puede considerarse como una condena de los métodos europeos coloniales en el hemisferio americano, puede valorarse también y con más certeza, desde otra perspectiva histórica más profunda, como una reivindicación del monopolio colonia­lista a favor de Washington. El patológico 98 español vendría a señalar, de forma gráfica aunque no totalmente exacta, la salida al mar del americano del Norte comerciante y soldado. Hasta la figura de Teddy Roosevelt que retoca y perfecciona la Doctrina de Monroe; ya puede afirmarse, sin falso temor a caer en terminologías demagógicas, «América para los americanos... del Norte ». En el Caribe, años después, muy pocos, sólo ondea la bandera de las barras y las estrellas. A Cuba se le impone la enmienda Platt, en una parodia de constitución; mientras, en otras islas, durante lustros, permanecen acantonadas las tropas Estados Unidos. No es raro, ya desde entonces, el simulacro de unas elecciones en cualquier república centroameri­cana, al tiempo que la flota yanqui hace una demostración de fuerza y presencia en la bahía más cercana.

   Los efectos, para Centro y Latinoamérica de esta política aún perduran y son demasiado conocidos para enumerarlos una vez más. Apoyo en las estructuras militares indígenas, corrupción de los gobernantes, americanización de las élites culturales, enriquecimiento vertigi­noso de las clases dominantes y envilecimiento del lumpenproletariado para que jamás pueda alcanzar una mínima conciencia de clase. Todo bajo un doble lema: protección al subdesarrollo, típica argucia colonialista, y teoría del interés nacional, surgida, esta última, en los años veinte. Su puesta en funcionamiento es la siguiente: todo posible inversor norteamericano, en cual­quier país del hemisferio, podía libremente consultar al Departamento de Estado sobre la conveniencia de su acción económica. A cambio, el gobierno de Washington se comprometía a proteger tal inversión, explotación, capital desembolsado, medios de producción y perso­nas, ante cualquier acontecimiento de política interna, en el país en cuestión, que pusiese en peligro tan amplia gama de intereses. Sería morboso ilustrar con ejemplos esta conducta; la sangre de Santo Domingo aún no se ha aún no se ha secado.

   Los sucesivos mandatos  presidenciales de Franklin Delano Roosevelt, tan denigrado antes y tan sepultada su memoria ahora, marcan un compás, suspenden, en nombre de la «buena vecindad», el expansionismo norteamericano. El fenómeno Roosevelt, primero, y ciertos rasgos aislados de Kennedy, después, sólo tienen el valor de un comportamiento excepcional y sin significación que en nada contradicen sino que vienen a confirmar, por contraste, los trazos específicos de una política exterior. Aquélla que, bajo el enunciado dual de neutralismo y aislacionismo, es en su esencia un impulso programado y controlado de expansionismo e imperialismo desmedido. La segunda guerra mundial y la guerra fría dejaron a Estados Unidos con unas estructuras militares de soldados profesionales, con una industria pesa­da a pleno funcionamiento y a máximo beneficio: nadie fue licenciado al llegar los días de la paz; entre otros motivos, y es la razón princi­pal, porque industriales y militares habían escalado y conquistado el poder y determina­rían el rumbo concreto de la política exterior norteamericana; la misma que conduce a Corea y a Santo Domingo y a Viet Nam.

   Todavía resta un elemento último de perfección que agregar a la maquinaria del Departamento de Estado; el proporcionado por la actividad del Secretario de Estado Foster Dulles, bajo la magistratura de Eisenhower. Con ocasión de la intervención yanqui en el Líbano, el general-presidente expone una concepción internacional que revoluciona el concepto geográfico, cerca­nía e inmediatividad, de las delimitaciones entre Estados: «Las fronteras de Estados Unidos llegan allí hasta donde se encuentran sus inte­reses nacionales». Y el concepto de interés nacional sí que es de una ilimitada elasticidad: desde una base militar hasta un préstamo concedido o una explotación petrolífera o una plantación frutera, pasando por todas las argu­mentaciones metafísico-ideológicas que, en cada supuesto, se tenga a bien formular.


 

 

3. El sistema dinámico ascendente de la politica exterior norteamericana expuesto es el que aplica la Casa Blanca en Viet Nam. Eliminación francesa e instalación de un hombre fiel, Diem; y para Washington lealtad es sinónimo de corruptibilidad. Hasta que, un buen día, el gobernante gastado e impopularizado resulta inútil e impotente; en dicho momento, con toda limpieza, CIA volente, Diem es elimi­nado.

   Conviene, empero, hacer una distinción más, peculiar de este supuesto concreto. En Viet Nam, Washington no defiende unos intereses económicos, seguramente porque aún no los posee. La guerra del Viet Nam es una guerra de militares y una guerra de ideólogos. Militares, salvo la excepción del general Gavin, preconizan y obtienen el bombardeo de la zona desmilitarizada, la aniquilación de la zona norte del país y los que advierten: «Ahora es mejor la guerra con China que dejarla para más tarde», dándola ya como un hecho irreversible. Y, por calificarlo de alguna manera gráfica, ideológico es el movimiento, desencadenado en la época no tan lejana ni superada de la caza de brujas, que contempla a los esquemas comunistas como a los sepultureros de la tumba de su propio imperialismo, con una convicción que envidiaría el más ortodoxo marxista. A ello, última pincelada, hay que sumar consideraciones de orden geopolítico, de estrategia: poco a poco Estados Unidos se va limitando en el continente asiático a precarias posiciones insulares, de forzado predominio militarista. Ya no quedan más que la inestable parte sur de Corea, Filipinas, Formosa y el aliado siamés. Para finalizar, un especialista de relaciones internacionales, agre­garía a este catálogo otro motivo postrero: el prestigio de Estados Unidos. Sin embargo, sería ingenuo pensar en el buen nombre que a Estados Unidos queda en su hemisferio tras Santo Domingo, últimamente y los Trujillos Batistas, Somozas, etc., antes; en África, des­pués de los interminables golpes de Estado; y en Asia con la sangre vertida en Indonesia. Estados Unidos ya no tiene otro prestigio que el que confiere el terror.

  Pero es obligado encontrar una causa aún más decisiva en Viet Nam. El régimen de Diem estaba corrompido y era inútil; con su muerte física y política se puso fin a la guerra civil hipotética entre vietnamitas de uno y otro lado del paralelo 17. Los sucesores de Diem, genera­les Duong Van Minh y Nguyen Khan, tenían un programa político preñado de resonancias y ecos familiares para nuestros oídos: «La democracia dentro de la disciplina». Cao Ky, otro general más en la inacabable lista, hombre de vistoso uniforme y resonantes derrotas, no aporta originalidades políticas, culmina el pro­ceso de desaparición del aparato gubernamental del Sur. En estos breves años, desde la caída de Diem, octubre de 1963, hasta los días que ahora corren, se ha producido un hecho funda­mental. El gobierno vietnamita del Sur, pese a los montajes electorales, no existe. Por muy escasos meses, muy pocos, hubo un vacío admi­nistrativo que fue ocupado con el pleno de responsabilidades por el gobierno estadouni­dense, que hoy tiene dos sedes, una en Washing­ton y otra en Saigón; en el lupanar de Saigón, ciudad de placer para legionarios y militares de aventura que se agregan a los profesionales. La sustitución operada es innegable en lo militar: ya nadie menciona el hipócrita eufemismo de los «consejeros militares», cuando en Viet Nam hay cerca de cuatrocientos mil soldados yan­quis que han de sustituir a los componentes del ejército nacional del Sur que huyen o se pasan a las filas del Norte. Con un balance negativo: la infantería de marina, la aviación y la flota no han podido derrotar a una formación militar tan elemental en recursos como la del Norte, ni siquiera con el uso del napalm, los insecticidas «inofensivos», las armas nuevas que la moderna tecnología expe­rimenta en una guerra de bolsillo, ni con los bombardeos de zonas civiles por los B-52. En resumen, lo que en un momento pudo ser guerra civil es hoy guerra internacional del ejército norteamericano contra el pueblo viet­namita, un ejército que difícilmente puede tener moral de victoria.

   En esta coyuntura de guerra internacional ¿qué posibilidades militares quedan? Una vez desechadas por el presidente Johnson todas las posibilidades de negociación que condujesen a un acuerdo de alto el fuego, con las condiciones previas de suspensión de los bombardeos del Norte y la retirada de todas las fuerzas extranjeras en el país, solo queda una norma militar para el ejército 'y el gobierno norteamericanos: la aniquilación total, la destrucción física de la zona Norte, que ha comenzado. Salvo que siguiese en aumento la histeria que se adueña de los mandos militares y se llegase al empleo de las armas nucleares. No es una posibilidad inexistente para un pueblo que ilustra su histo­ria y enriquece su industria con los nombres de Hiroshima y Nagasaki. No es difícil repetir lo que ya se hizo una vez; máxime cuando se habla de la hipótesis de utilizar bombas atómi­cas de pequeño alcance (?) y cuando ya se ha hecho uso de oíros medios terribles de des­trucción.

(...)

Cuadernos de Ruedo Ibérico nº 9. Octubre - Noviembre 1966


 

 



Comentarios

Entradas populares de este blog

Mikel Laboa eta Xabier Lete "Izarren hautsa"

Un siglo de José Hierro. 1922 - 2022. "Llegué por el dolor a la alegría"