VICENÇ NAVARRO "EL RÉGIMEN DE FRANCO" (1)


EL RÉGIMEN DE FRANCO
VICENÇ NAVARRO

1. ¿CAUDILLISMO, FASCISMO O ALGO DISTINTO?
Uno de los aspectos de la cultura mediática y política de Es­paña que llama la atención a muchos observadores interna­cionales es el término que se utiliza en España para definir la dictadura que gobernó nuestro país durante el periodo 1939-1977. El término es franquismo, con lo cual se da gran prota­gonismo a la figura del general Franco como criterio definitorio de tal régimen. En esta definición se reproduce una visión caudillista de aquel sistema político parecida a la que se utiliza para definir los regímenes dictatoriales caudillistas que han existido en América Latina, distanciándose así de los dos regímenes dictatoriales que existieron en Europa occi­dental durante parte de ese periodo histórico, a saber, el nazismo en Alemania y el fascismo en Italia. Tales regíme­nes no son conocidos como hitlerismo o mussolinismo. Al ré­gimen dictatorial español (a partir de ahora, RDE), que tiene muchos parecidos con estos regímenes dictatoriales, sí que se le conoce en España, en cambio, por el nombre del dictador, franquismo.
    Hay que aclarar que esta manera de definir el régimen dictatorial español no es común fuera de España. En la cultura mediática y política, por ejemplo, de Suecia, Gran Bretaña y EE.UU., tres países en los cuales he vivido durante muchos años, el régimen dictatorial español se definía y continúa definiéndose como un régimen fascista. Permítanme que cite sólo dos ejemplos. El New York Times (24 de diciembre de 2000), en una reseña sobre el señor Fraga Iribarne lo definía como «Minister of the Interior of the fascist regime of Generd Franco». Y dos meses antes una de las cadenas televisivas más importantes de EE.UU., ABC (20 de octubre de 2000), se refirió al señor Samaranch como «a leading figure of the Spanísh fascist regime». No niego que en círculos académicos limitados haya habido una discusión sobre si tal término era o no apro­piado para definir el RDE, pero en las culturas mediáticas el término más frecuentemente utilizado en muchos países europeos y en Norteamérica era y continúa siendo el de fas­cismo. ¿Por qué esta diferencia de terminología?
    Es de todos conocido que ha habido un proyecto polí­tico-intelectual exitoso en España que ha negado el carácter fascista del RDE, aun aceptando, por parte de algunos auto­res, que lo fuera en sus fases iníciales. Se asume así que, ex­cepto en sus primeros años, el régimen dictatorial fue auto­ritario, regido con mano militar por un general, pero no totalitario, es decir, un régimen que intentara organizar la to­talidad de la sociedad alrededor de una ideología totalizante. Ésta es la definición más generalizada en España de aquel ré­gimen. Naturalmente, y por razones obvias, las derechas es­pañolas han promovido esta interpretación de la dictadura franquista, reproduciéndola a través de los medios de infor­mación en los que son hegemónicos y que en España son muchos. Grandes sectores de las izquierdas, sin embargo, han aceptado también esta versión de nuestra historia re­ciente, negando el carácter fascista de aquel régimen (ex­cepto en sus primeros años).
    Soy consciente de que no puede evaluarse la validez de una teoría por su funcionalidad o utilidad. Es decir, que aun cuando la teoría que define el RDE como un régimen no fas­cista, autoritario y no totalitario ha sido y continúa siendo de gran utilidad y rentabilidad política para las derechas de España (como puede verse por la constante referencia a ese régimen en estos términos por figuras representativas de ta­les derechas como Aznar, Fraga, Samaranch, López Rodó y otros muchos), ello no tiene por qué invalidar la certeza de tal teoría. Ésta podría ser cierta y válida aun cuando fuera utilizada e instrumentalizada por las derechas de España. Es más, ha sido también sostenida por personas de gran talla y credibilidad intelectual que no pertenecen o simpatizan con las derechas españolas. Entre ellas cabe destacar al pro­fesor Edward Malefakis, catedrático de Historia Contempo­ránea de Europa en la Columbia University, que comienza su capítulo en la colección dirigida por García Delgado Fran­quismo. El juicio de la historia con el interesante interrogante ¿Fue fascista el régimen franquista? Malefakis inicia su capítulo subrayando:

    Si por fascismo no entendemos algo más específico que los movimientos autoritarios de derechas encabezadas por un solo individuo, que simpatizó con alguno de los ideales del fascismo y adoptó algunos de sus atavíos, el régimen de Franco fue, sin duda, fascista, especialmente en sus fases iniciales.

    Ahora bien, después de establecer un criterio de defini­ción de lo que es en realidad fascismo, Malefakis concluye que el régimen dictatorial español no fue fascista, al menos en su sentido estricto.

2. EPISTEMOLOGÍA DEL CRITERIO: ¿QUÉ ES FASCISMO?
El lector me permitirá que me centre en el criterio que Malefakis establece para definir el fascismo, criterio que elabora a partir de las características de los regímenes políticos que son ampliamente reconocidos como fascistas, a saber, el na­zismo de Alemania y el fascismo de Italia. Según él, tales re­gímenes dictatoriales se caracterizaron por los rasgos definitorios del fascismo que citaré verbatím, es decir, citando textualmente los criterios que Malefakis define como carac­terísticos de aquellos regímenes fascistas:

    1. Buscaron no sólo tomar el poder sino también crear una nueva clase de hombre (y, añadiría yo, una nueva clase de mujer) y de sociedad, a través de una ideología que glo­rificaba la jerarquía, el nacionalismo y la guerra (y, añadiría, la fuerza física).
    2. Tal voluntad de cambio se centraba en un solo líder con cualidades supuestamente sobrehumanas, al que no deberían imponerse restricciones de ningún tipo.
    3. El líder nació de, y a su vez dio a luz a, un poderoso par­tido político que le ayudó a conseguir sus objetivos: (...) el partido fue creado antes, y no después, de la toma del poder por el fascismo y era un instrumento indispensable en esa lucha.
    4. Con objeto de glorificar a su líder, su partido y sus objetívos, el fascismo puso un empeño extraordinario en la propaganda (...) [que tenía por misión] crear un lazo mís­tico con el dictador. Las nuevas tecnologías, especialmente la radio pero también el cine y el periodismo gráfico, se uti­lizaron en una medida sin precedentes.
    5. Inherente al fascismo, e incesantemente reiterada como un objetivo en su propaganda, existía una forma ex­trema de nacionalismo.
    6. Otro objetivo político fundamental del fascismo era la consecución de una prosperidad material sin precedentes (...) Tal proceso tenía un carácter místico. Quizás el mejor ejemplo sea el sueño de Hitler de una red de autopistas en­trecruzando el país por la que todos los alemanes pudieran conducir su Volkswagen (el coche del pueblo).
    7. Para asegurarse el apoyo entusiasta del pueblo en la lucha por estos y otros objetivos, había que organizar la socie­dad más concienzudamente que nunca. De ahí la necesidad de crear nuevas organizaciones. Se trataba de organizar toda la sociedad según una visión nueva que rompía con el sistema anterior, exigiendo una subordinación de todas las organizaciones sociales, económicas y políticas...
    8. Además de la Iglesia, había otros grupos sociales su­bordinados al nuevo orden fascista, especialmente en Ale­mania, donde el poder de Hitler era mayor (...) Y se formó una alianza fáustica con grandes empresas que fue venta­josa para ambas partes, pero no había duda alguna sobre quién estaba al mando en última instancia, sobre todo des­pués de que el fascismo se pusiera en pie de guerra. Las ins­tituciones culturales fueron fascistizadas, igual que los clubes deportivos. El grupo que estuvo más cerca de mantener su antigua autonomía fue el militar, dado que era esencial para la consecución de los objetivos fascistas de política exterior. En Italia, había un obstáculo adicional: la monar­quía, poseedora de una vaga legitimidad residual, que en 1943 propiciaría la caída de Mussolini.

    Estas son las ocho características que definieron aquellos regímenes y que Malefakis considera indispensables para calificar a un régimen de fascista; con ellas podemos identi­ficar si el RDE fue o no fascista. Quisiera subrayar que aun cuando estoy de acuerdo en que estas características estuvie­ron en su mayor parte presentes en los regímenes fascista ita­liano y nazi alemán, creo que son insuficientes para calificar a un régimen de fascista. En otras palabras, un régimen po­lítico podría tener estas ocho características y no ser fas­cista. En este sentido, Malefakis da mucha importancia a as­pectos formales del Estado sin hacer suficiente hincapié en los aspectos de la ideología fascista. Está en lo cierto al con­siderar el nacionalismo extremo y el imperialismo como carac­terísticas de la ideología fascista. Ahora bien, otros aspectos de la ideología fascista que considero muy importantes, y que Malefakis no incluye en sus características, fueron el ra­cismo, la negación de la existencia de clases sociales portadoras de intereses estructuralmente antagónicos y un profundo anticomunismo. Un análisis de los regímenes nazi alemán y fascista italiano (así como del RDE) muestra que tuvieron también estas características, a las que, un tanto inmodestamente, me referiré como VN-9 racismo, VN-10 negación de la lucha de cla­ses y VN-11 anticomunismo.
    No creo que pueda negarse que tanto el régimen nazi ale­mán como el régimen fascista italiano fueron racistas. Y lo mismo puede decirse del RDE, cuyo día nacional se llamó, hasta el último año de la dictadura, Día de la Raza. En todos estos regímenes, el concepto de patria, nación y pueblo es­taba basado en un criterio de raza. El régimen fascista espa­ñol no sólo adolecía de antisemitismo, sino también de un ra­cismo imperialista que suponía a la raza española superior a otras, como la indígena de América Latina, cuya extermina­ción y genocidio eran presentados como motivos de orgullo nacional, parte de la conquista de aquel continente. Su impe­rialismo, basado en su nacionalismo exacerbado, tenía una base racista, la cual se reproducía en su discurso y en su cul­tura, intolerante hacia otras culturas, razas o pueblos. En realidad, nacionalismo y raza estaban íntimamente ligados, y su utilización discursiva era intercambiable en el discurso de la clase dirigente del RDE, incluyendo la del Dictador, que tituló la única película que realizó Raza.
    El régimen nazi alemán y el régimen fascista italiano se caracterizaron también por su beligerante negación de la existencia de intereses antagónicos entre las clases socia­les, y subsumieron tales categorías bajo el concepto de pue­blo y patria. Integraron por lo tanto a los sindicatos y a los empresarios en las mismas instituciones, negándoles su personalidad propia diferencial. En realidad, el nazismo y el fascismo fueron una respuesta al discurso y la práctica del movimiento obrero, hegemonizado, tanto en la versión socialdemócrata como en la comunista, por el marxismo, que se basaba en la interpretación de clases como agentes socia­les con intereses estructuralmente antagónicos. De ahí que no se pueda entender el fascismo sin entender el contexto político de la Europa en la que se originó: un contexto de gran agitación social donde, como ha señalado Eric Hobsbawn en su libro The Age of Extrems: A History of the World. 1914-1991, las clases dominantes de Europa Oc­cidental se sentían amenazadas por la fortaleza creciente del movimiento obrero, hegemonizado por el pensamiento marxista. En realidad, el nazismo alemán surgió como una alternativa al notable crecimiento del movimiento socialdemócrata de inspiración marxista. Y lo mismo ocurrió en Italia, donde el miedo al bolchevismo hizo que los terrate­nientes y los empresarios apoyaran las bandas fascistas. Es interesante en este sentido subrayar el intento de intelec­tuales conservadores europeos como Indro Montanelli de justificar el fascismo como un mal necesario para evitar un mal mayor, el comunismo. Esos autores han utilizado la misma justificación para el RDE. Es importante aclarar sin embargo que el fascismo no fue un movimiento revolucio­nario; antes al contrario, fue un movimiento contrarrevolu­cionario que apoyó al sistema económico amenazado por el movimiento obrero. El hecho de que se autoproclamara re­volucionario era en sí un tributo a la popularidad del pro­yecto revolucionario, captando un discurso vacío de una práctica revolucionaria. En realidad, incluso el término na­cionalsocialismo con que el nazismo se definió fue, como también indica Eatwell, un intento de utilizar el término socialismo como mecanismo de atracción de la clase traba­jadora. Lo mismo ocurrió en Italia, donde se utilizó el mismo término para atraer a la clase obrera. En España se instauró nacionalsindicalismo frente a nacionalsocialismo, puesto que el socialismo había sido el enemigo derrotado durante la guerra civil. Fue precisamente la intensidad de la derrota del socialismo, el comunismo y el anarquismo en nuestro país lo que explica que el desarrollo de un discurso atractivo para las clases trabajadoras fuera menos necesario.
    Independientemente del discurso radical utilizado, el hecho es que tanto en Alemania como en Italia y España las relaciones de propiedad económica no cambiaron significa­tivamente bajo el fascismo. En realidad, y tal como señala también Eric Hobsbawn, el apoyo de las clases empresaria­les al movimiento fascista era en muchos países mayor cuanto mayor era la amenaza de un proceso auténticamente revolucionario. Un autor tan poco sospechoso de simpati­zar con las izquierdas como el mismo Roger Eatwell señala que la mayoría de los dirigentes de la banca y de la industria, incluyendo al propietario de Fiat, Giovanni Agnellí, apoya­ron al fascismo italiano temerosos del peligro bolchevique. Y lo mismo ocurrió en la Alemania nazi, donde la gran ma­yoría del establishment empresarial -dirigido por Fritz Thyssen- apoyó a Hitler por la misma causa. No hay que ol­vidar que el Nuevo Orden fascista, tanto en Alemania como en Italia y en España, no era un nuevo sistema económico distinto del capitalismo, sino un nuevo sistema político que, basado en las famosas instrucciones de Mussolini -«creer», «obedecer», «aceptar la jerarquía», «el orden establecido» y «la autoridad»-, representaba una alternativa al odiado sistema democrático liberal, así como al bolchevismo revolu­cionario. Su radicalismo, por lo tanto, era contrarrevolucio­nario y no representaba una amenaza para el sistema económico imperante.
   Analicemos, así, hasta qué punto el RDE reunió o no las once características (EM: 1 a 8 y VN: 9 a 11). Centrémonos an­tes en las ocho de Malefakis. Y ahí es de lamentar que éste no ofrezca muchas pruebas para llegar a su conclusión de que el RDE no fue en realidad fascista. De los ocho puntos, Malefa­kis se centra básicamente sólo en dos, EM-2 y EM-3. El pri­mero analiza la personalidad del dictador y el otro, EM-3, la relación entre el dictador y el partido fascista, la Falange. En cuanto a las demás condiciones, Malefakis se limita a afirmar que la RDE no las cumplió. Permítanme que me refiera al texto:

    Carezco del espacio necesario para analizar con el mismo detalle por qué el régimen de Franco no respondía a los otros criterios que definían el fascismo en Italia y Alemania. No había nada mesiánico en la dictadura de Franco. No buscaba crear una nueva clase de hombre y de sociedad ni inaugurar una era histórica para toda la humanidad (...) no compartía los sueños de extraordinaria abundancia mate­rial (...) era demasiado realista como para creer que podía restaurar el imperio español de antaño (...) en lugar de mo­vilizar a su población, Franco buscaba desmovilizarla (...) no había un arte franquista o una escultura de tipo fascista y el estilo arquitectónico adoptado no era moderno sino que se derivaba de modelos del siglo XVI (...) y no buscó la subordinación de los grupos sociales.

    Antes Malefakis también había subrayado que el RDE no había sido ni corrupto ni monumentalista, indicando que:

    Durante LA mayor parte de la época franquista, la corrupción oficial no parece haber sido un. problema más grave de lo que lo es en la mayoría de los regímenes dictatoriales y de­mocráticos (...) a diferencia de Ceausescu u Hoxha, Franco no apadrinó proyectos grotescos de grandes obras, a pesar de lo que puedan opinar algunos antifranquistas respecto al Valle de los Caídos.
(...)

Vicenç Navarro (1937)
El subdesarrollo social de España. Causas y consecuencias (2006)
Fotografía: David Seymour. Mitin sobre la Reforma Agraría. Extremadura. Mayo de 1936

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