Francisco Pérez "A los charlatanes de oficio"

 

Desde el elevado sitio en que os habéis colocado, merced á vuestros grandilocuentes discursos, y ante un público que os aplaude sin comprenderos, afirmáis: «Que la ley del progreso es ineludible, que la humanidad progresa incesantemente», etc, etc. Todo esto está bien; pero he aquí que, á renglón seguido llamáis utópicos, locos ó soñadores, cuando no bandidos y asesinos, á quien hay que exterminar como fieras, á los que aspiramos á que ese progreso redunde en beneficio de todos, no de unos pocos; á que sea un hecho, no simples palabras.

   Con esto os contradecís lastimosamente. O desconocéis los hechos más transcendentales de la historia y la evolución de los pueblos, ú obráis de mala fe. En el primer caso, sois torpes y no merecéis los aplausos que os prodigan; en el segundo, sois algo peor: sois malvados, perpetuáis la ignorancia y merecéis que los que os escuchan os confundan.

   ¡Progreso! Vosotros os servís de esta palabra como pudierais serviros de una escalera de mano: la quitáis y ponéis á vuestro antojo, según os conviene subir ó bajar por ella.

   ¡Utópicos! Eso han sido los innovadores de todas las ideas que se han salido de la corriente vulgaridad, sin perjuicio de que sus utopías hayan sido después admitidas y hasta desechadas después por incompatibles con las necesidades de los pueblos.

   ¡Locos, perturbadores! Eso y más nos llamáis; ¿y qué? Loco fue Colón, y hoy le, erigís estatuas; perturbador fue Jesús, y os postráis y descubrís ante su imagen. Admitiendo el progreso, como vosotros al parecer lo admitís, ¿cómo dudar de un ideal que no necesita de la abnegación, del desinterés ni de la virtud, porque no admite potentados, ni hambrientos, ni rameras, como vosotros necesitáis, y no prohíbe, como vosotros prohibís con vuestras leyes, el comer, el reproducirse y el saber?

   ¡La anarquía! Sociedad sin leyes, que vejan, atropellan y restringen; sin Dios, que anule la personalidad; sin reglamentos que cohiben; sin propiedad, que hace esclavos y hambrientos; sin fuerza y sin dinero, que surgen criminales y señores. Una sociedad en que cada individuo, sin exceptuar uno solo, tengan satisfechas sus necesidades intelectuales y corporales; en la que cada individuo se desenvuelva libremente con arreglo á sus gustos y aptitudes, sin trabas de ningún género. ¡Qué horror! ¡Locura! ¡Utopia!—clamáis, haciendo melindres.

   En cambio, ¡qué hermoso la explotación, el engaño, la hipocresía! En esta sociedad los menos son señores; los más esclavos; unos llenos de comodidades, otros desnudos; unos arrojando manjares, otros muertos de hambre; unos habitando lujosos palacios, otros yertos en el arroyo por no tener albergue.

   ¿Es verdad que es muy hermosa, muy equitativa, muy humana vuestra sociedad?

   Ya lo creo.

   El hombre besando la mano del hombre para alcanzar un mendrugo, y como epilogo, el hombre armado para defenderse... del hombre...

   Y nosotros, ¡locos! propagando nuestro ideal para concluir con ese conjunto de cosas tan armónico...

   La muerte merecemos por sólo eso, sí; y haréis bien en perseguirnos. Continuad... que, á pesar de vuestra oposición, el ideal triunfará. ¿Hoy? ¿Mañana? Triunfará. Eso basta.

   Tal es mi convicción, que me parece tonto discutirlo, como sería tonto discutir si el sol da ó no calor.

   ¿Quién lo duda?

   Si la tierra de una inmensa bola de fuego ha sufrido transformaciones hasta el punto de habitar en su superficie seres orgánicos ó vivos; si de una planta ha surgido un hombre por las leyes naturales del transformismo; si de aquellos tipos primitivos que vivían en las cavernas con los mastodontes han surgido sabios y pensadores, como Séneca, Sócrates, Colón, Voltaire, Franklin y tantos otros; y transformadores de la idea como Budha, Jesús, Mahoma, Calvino, ¿no es un hecho el progreso?

   Y existiendo éste, ¿cómo dudar de nuestro ideal, cuando relativamente tan poco falta, puesto que sólo nos separa, más que la convicción, la rutina de los más y el egoísmo de los menos?

 

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Los argumentos que oponéis para demostrar que nuestros ideales son sólo un producto de cabezas calenturientas, son de gran peso, dignos de tenerlos en cuenta, como elaborados en vuestras frescas cabezas. Perseguís, encarceláis y... hasta retorcéis testículos.

   Mejor. No se os puede pedir más en atención á lo que sois. Es el mejor abono que podéis hacer por la anarquía. Lo que vosotros perseguís ha de ser bueno y elevado.

   Algo de eso tendrá nuestro ideal, cuando con tanta rabia lo perseguís; pero, rabiad; á vuestra pesar, triunfará.

   El cristianismo triunfó porque los cristianos fueron perseguidos; la democracia se ha arraigado en las conciencias, porque se ahorcó á los descamisados. Lo mismo sucederá con la acracia, con la diferencia que ésta no se mixtificará como se mixtificó el cristianismo, ni como se ha mixtificado la democracia. Es algo más grande, más puro, más en armonía con la naturaleza; por eso os asusta.

   ¡Ah! Si pudierais mixtificarlo, os llamarías ácratas desde mañana. |Qué os importa á vosotros el nombre si con él llenáis el estómago!

   Siempre habéis abominado del progreso; hoy lo mezcláis en vuestros discursos porque así os conviene; decir que lo aborrecéis, sería exponeros. Veis la corriente, y os conviene ocupar vuestro puesto.

   Habláis de progreso. ¡Qué sabéis vosotros de eso! ¡Vuestro egoísmo y pequeñez no pueden concebirlo!

   Habláis de progreso, y matáis, después de mutilar, á sus defensores.

   Seguid derramando sangre de los bebedores de sangre, que esa sangre es fecunda: abona el campo social, produce ideas y partidarios, crecen los odios... Seguid derramándola, que ella os ahogará.

 

La Revista Blanca.1 de octubre de 1910

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