Los últimos periodistas: José Luis Morales "Sobre el caso de Billy el Niño"
José Luis Morales Suárez nació el año 1944 en Agüimes, Gran Canaria. Se trasladará a Madrid, a la Complutense para estudiar Sociología y Periodismo, de la que será expulsado por el Consejo de “Disciplina Académica”. Su rebeldía y compromiso -milita en FUDE-FRAP-, le empezarán a pasar factura(s).
Yo trabajaba entonces en la revista ‘Interviú’, desde su fundación en el año 1976, ocupándome de temas de actualidad e investigación histórica. Fueron unos tiempos inolvidables, con la Policía, la ultraderecha y los servicios de información militares y civiles (la BPS ya disuelta, que seguía actuando como antes lo hacía), pisándonos los talones y amenazándonos cada día, sobre todo por teléfono (estaba de moda en ese tiempo), para que dejásemos de rebuscar en sus negocios, sus biografías y las de sus colegas, en sus oscuras actuaciones durante la dictadura, o en las relaciones que tenían con traficantes de armas internacionales, entre otras muchos temas. Nos amenazaban, nos señalaron, mandaban anónimos que anunciaban ‘nuestra muerte’ o reventaban las ruedas de nuestros vehículos, y a ‘pleno sol’, sin temor a nada, gritando que “se pasaban la democracia por los cojones”, o “mañana sólo van a vivir tres de los rojos que están en este antro” (llegaron a empapelar las paredes de la redacción de Interviú, en calle Potosí de Madrid), con estas y otras aún más escatológicas literarias frases, salidas de su evidente analfabetismo funcional. Aunque sus mensajes eran claros, ‘seguimos haciendo periodismo’ pero de verdad. El dueño, Antonio Asensio, estaba ‘rebosante de felicidad’ (decía él), aunque no por lo que publicaba Interviú sino porque sus cuentas corrientes multiplicaban su riqueza y su dinero a ritmo frenético, ya que las ventas y la publicidad marcarían cifras récord, hasta el punto de que Interviú empezó a convertirse en referencia para toda Europa. Asensio Pizarro hizo caso omiso a las querellas, amenazas y atentados contra las sedes de Interviú, pues lo que le importaba era la recaudación económica y el poder acumulado en paralelo, como notaba un día tras otro, cuando lo llamaban ministros, directores generales, el presidente de Gobierno y hasta la Casa Real; aun así, los temas e investigaciones iban subiendo grados y publicándose los trabajos realizados, a cual más arriesgado, pese a las querellas criminales y denuncias interpuestas, a los seguimientos ‘cantados’, los destrozos de vehículos que teníamos aparcados, próximos a la redacción, y hasta pintadas amenazadoras en las puertas de nuestras casas. Sería una etapa irrepetible, extraordinaria y única, que siguen explicando en Facultades y Escuelas de Periodismo cual figura singular esplendorosa en la historia de nuestro país. La caída de Interviú en el fango más rancio en el que hoy está, es otra historia que va pareja a la gigantesca crisis, no sólo la actual crisis económica, que venimos atravesando desde que empezamos a ver los dientes del lobo que supuso la Transición que “jamás existió”.
En esta fecha, Antonio Asensio Pizarro propuso que hiciésemos una entrevista al ‘personaje’, (“no como excomisario o exinspector de la Brigada Político-Social, la BPS, aunque no exista”), diría Asensio Pizarro al Consejo de Redacción que se reunía los viernes para plantear el próximo número de Interviú; “sino dirigiendo las preguntas a su nueva vida, su adaptación a la democracia y sus labores en el departamento de Seguridad en la firma Talbot Renault”. En la misma reunión, Ignacio Fontes asumiría esta propuesta, pues la entrevista la harían en Madrid ya que González Pacheco, Billy el Niño, residía en la capital española y allí harían las gestiones precisas para hacerla lo antes posible. Recordaré que aunque la sede de Interviú estaba en Barcelona, donde fue registrada la publicación, pues allí vivían los propietarios, la redacción estuvo siempre en Madrid, desde que inició su andadura en el año 1976.
Ignacio Fontes era entonces subdirector o redactor-jefe. Es lógico que, después de tantos años, no recuerde todas esas vicisitudes, esas fechas, nombres, cargos, citas, lugares de encuentro y anécdotas sin treguas. Sobre lo que reseño en estas líneas, el olvido no resta ni un ápice esencial al fondo del asunto, puesto que no tiene la menor importancia en lo que estoy escribiéndoles. Reconozco que hay ausencias premeditadas, que retengo en mi cuaderno de bitácora para mejores ocasiones. Termino con lo que iba apuntando en este bloque, diciendo que Ignacio Fontes fue nombrado director del semanario Interviú poco después. Para mí fue la mejor etapa, con diferencia, en la’ vida’ de la revista. La Edad de Oro de la publicación, ya dentro de la ‘Edad de Oro’ del periodismo español. Hasta que lograron acabar con ellas. No sé si el periodismo ha muerto, pero puedo afirmar que agoniza a galope tendido.
De la entrevista con González Pacheco, Billy el Niño, yo me enteré tres días antes de estar concertada. Me lo dijo Germán Gallego Picó, de los mejores compañeros, amigo, hermano y maestro que tengo en el pernicioso y tóxico universo del periodismo. Germán no me dijo nada hasta que, ya acordado el encuentro con Billy el Niño para hacerle la entrevista, iban a proponerme que les acompañara (Ignacio y Germán no querían decírmelo, pensando que yo pondría el ‘grito en el cielo’). Fue cuando Germán Gallego me dijo que tenía que hablar conmigo y con Ignacio Fontes en cualquiera de las salas habilitadas para las visitas. Estaban riéndose, mientras nos sentábamos, hasta que Germán o Ignacio (o Ignacio y Germán, otra vez el olvido) me dicen que, desde hacía unos días, tenían concertada una entrevista a Billy el Niño para publicar en Interviú. Ignacio haría la entrevista, y Germán las fotografías. Tengo que hacer público, que gestionan todo con cierto sigilo y precaución, como debíamos proceder durante los arriesgados trabajos en aquel tiempo, aún tan complejo en los que nuestra integridad física siempre estaba desafiando a los poderosos franquistas que seguían con sus prebendas pese a las cacareadas falsedades que proclamaban los actores y partidarios de la inédita Transición. Siempre teníamos que estar al tanto para evitar trampas y cortocircuitos tan al uso en periódicos y revistas, auspiciados incluso por quienes juraban haber “sido demócratas toda la vida”, y que reventaban gestiones o temas filtrándolos a sus exjefes o exdirigentes en el franquismo.
Aún estábamos en la sala de visitas y no sé si fue Ignacio o Germán, me dicen que le gustaría que fuese con ellos al encuentro con Billy el Niño. Me negué en redondo. Así me lo dirían después, antes de informarme de que ya tenían cita, con día y hora, para entrevistarle y que les complacería que fuese. Germán Gallego e Ignacio Fontes bien sabían que Billy el Niño era “uno de los seres vivos que más he odiado toda mi vida, y sigo odiando, y no quería verlo ni en pintura” (traducción pretendidamente culta de lo que dije al recalcar mis motivos y evitar el encuentro). Volvían a pedírmelo esa misma tarde, con igual respuesta por mi parte. Ignacio me dice que él “quería que le echase una mano, e hiciésemos juntos un pequeño guión, pues yo tenía más conocimiento del personaje, no más exacto, pero sí más cercano, ya que fui una más de sus víctimas, además de padecer las torturas que Billy el Niño protagonizaba sin refinamiento a los detenidos que caían en sus manos. El “gran placer de su inigualable brutalidad”, que para él suponía poner otra marca ‘cual muesca’ en el cinturón de sus cananas. Incluso así, Germán e Ignacio seguían empeñados en que yo estuviese con ellos. Me negué una y otra vez, diciéndoles que no quería ni ver a semejante elemento criminal por nada del mundo. Ya lo había maldecido millones de veces, aún más si me acordaba de mis padres, quienes debieron padecer lo indecible por lo que les hacían a sus hijos; o me acordaba de los registros indecentes en su casa de Gran Canaria, y hasta de las amenazas que les hacían cuando ya estaban enfermos con patologías terminales.
Así uno y otro día, ‘incluso dándome por imposible’, como dijo Ignacio Fontes. Dos días antes de la cita, a Germán Gallego le salió su picardía madrileña. Estaba cabreado, mucho y, mal encarado y serio, se dirige a mí. Ni tan siquiera me dejó hablar. Sin más, con la mala uva del enfadado, me dice que le había hecho creer desde que nos conocimos muchos atrás, que yo era otra clase de persona, sin miedo y con ganas de seguir peleando. Hablaba como una ametralladora. “Nunca te he fallado ni tú a mí tampoco, y hasta hoy. Me avergüenzo de que no tengas arrestos para enfrentarte a este tipo. Se lo dije a Ignacio, y él también piensa lo mismo que yo. ¿Sabes que te digo? Que no te atreves a mirar cara a cara a Billy el Niño. Cara a cara. No por cobardía sino porque no sabes qué vas a decirle. No vendrás, pero ese torturador seguiría haciéndolas si pudiera, un torturador del que tú siempre dices que es un cobarde. No tienes agallas para mirarle ‘cara a cara’ a ese verdugo, del que te digo que tendrá que pagar todo lo que ha hecho, y no sólo por ser un torturador, sino por mil cosas... (las palabras exactas no son éstas, pero sí enlazan con el casticismo sin urbanidad característico de la sinceridad de Germán). Aunque parezca lo contrario, su monólogo me entusiasmó. Ya cuando salí a buscarlo, había desaparecido, y volví a la redacción. Hablé con Ignacio, que estaba al tanto de la bronca que me echó Germán y, por supuesto, le confirmé que iría con ellos a la cita con Billy el Niño.
Dos horas después, regresó Germán Gallego a la redacción, diciendo que, conociéndome como me conocía, sabía que la única manera de que asistiera a la cita era provocándome; y aunque tenía gran parte de razón, también yo estaba deseando verle la cara a Billy el Niño. Hasta que llegó la hora. Ignacio Fontes había citado a González Pacheco, Billy el Niño, en la cafetería del Hotel Miguel Ángel, situado en la calle madrileña del mismo nombre, dos días después. Habían quedado sobre las once y media de la mañana. Mi papel se reducía al del convidado de piedra. Ignacio entrevistaba y Germán haría las fotos. En eso es en lo que quedamos. Hasta que llegó el día.
Llegamos con antelación, y fuimos dándonos un paseo, desde el aparcamiento, hasta llegar a la entrada del hotel; todavía faltaban quince minutos para la cita. Por inercia, entramos al establecimiento y nos dirigimos al mostrador de la cafetería; miramos alrededor y, sorpresa nuestro, vimos en una mesa del fondo a Billy el Niño, acompañado de un colega que reconoció Germán Gallego. Nos aseguró que fue policía de la BPS, como Billy el Niño, ahora dedicado a la cría y doma de perros para vigilancia. Germán no recordaba su nombre, pero sí que lo llamaban El Vallecano, pues donde hacía su labores policiales ‘nocturnas’ era en el popular barrio madrileño, donde contabilizaban sus damnificados por cientos.
Después del saludo, que evité ‘colocando’ en la mesa otro artilugio fotográfico de Germán, empezaron a plantear la deriva de aquella entrevista periodística de Ignacio Fontes y José Antonio González Pacheco, Billy el Niño. He de decir que El Vallecano no abrió la boca en ningún momento ni para pedir el café; la tensión inicial iría rebajándose con el desarrollo de la entrevista, como íbamos comprobando. Hasta que Billy el Niño “se cargó la vajilla”, cuando Ignacio Fontes le preguntó al propio, es decir, a González Pacheco “¿por qué tenía tan mala prensa?, como él bien sabía, de ser el más implacable torturador entre los demócratas españoles, tanto mujeres como hombres”. González Pacheco, Billy el Niño tenía preparada la réplica, pues sin solución de continuidad contestaría del acelerón.
“Se lo debo a gente como ésa -señalándome a mí con desparpajo, aunque sin mirarme a la cara (tuvo clavado en el piso los ojos saltones que lo caracterizan durante el tiempo que estuvimos allí), que está ahí contigo”.
Entonces abandoné la compostura silenciosa que mantuve hasta ese instante, y salté como resorte desatado. Di tal brinco al ponerme de pie, que asusté a una pareja que ocupaba otra mesa. Envenenado de rabia como estaba, sin más, le dije cuanto me vino a la cabeza. “Tú eres un asesino. Tú y los tuyos, sí, estuvisteis a punto de matarme. Hasta tal punto, que llegué a Carabanchel sin enterarme de nada, sin saber ni quién era. Eso no se olvida nunca. Ni lo olvido yo, ni se te olvidará nunca a ti”.
Quisiera reproducir con fidelidad todo cuanto ocurrió en breves instantes. Sé que no lo dejé hablar, y pienso que él tampoco quería, pues no hizo ademán alguno de intentarlo mientras seguía con los ojos saltones, fijos en el suelo, aguantando la bronca.
Aquel encuentro que hasta poco antes discurría como cualquier sesión periodística ‘clásica’, cuando me enfrenté a lo que dijo sobre lo que Ignacio le había preguntado, emergería toda la tensión contenida, en mí, en Billy el Niño y en quienes formábamos el grupo de los cinco hasta que El Vallecano desapareció al verlas venir. Un vértigo turbador inundaría la sala de la cafetería cuando me levanté de la silla apresuradamente. Los trabajadores y los clientes del hotel parecían petrificados, atendiendo a lo que podía estar pasando en aquella mesa, pues Billy el Niño, después nos lo dirían, era cliente habitual, como sus correligionarios y demás colegas. No recuerdo qué le dije cuando salté del golpe. Sí me acuerdo de que, mientras El Vallecano se alejaba de la escena, González Pacheco o Billy el Niño, no volvió a decir palabra alguna, ni tan siquiera a intentarlo. Pero allí siguió sentado mientras yo no paraba de hablar, denunciando muchas de las sangrientas atrocidades que hizo a toda mi gente, amigos, compañeros y a mi familia. Mientras dije lo que me pareció que tenía que denunciar (“recuerdas hechos, circunstancias y detalles clave de la vida colectiva, como la llamada Memoria Imantada, y cuya utilización académica consolida nuestra comprensión histórica de acontecimientos pretéritos”, decía Jean Jaurès en su ensayo ‘Las pruebas’, escrito en 1898, sobre el Caso Dreyfus).
“Yo soy gente como dices, pero tú eres de la gentuza criminal que ha estado, durante años, machacando a las personas decentes y luchadoras que peleaban contra la injusticia, contra la tortura, las persecuciones y contra el terrorismo fascista que en la dictadura, amparados en la impunidad que os daba el fascismo. Eso es lo más suave que voy a exponerte. Pues no voy a pararme, si eres capaz de aguantar todo lo que quiero decirte cara a cara; y por cierto, aún ni siquiera has levantado la cabeza. Tenía ganas de mirarte a la cara, pero veo que tú no lo haces, ni estabas haciéndolo antes. Has de saber que estoy aquí para decirte a la cara el asesino que eres, para denunciarte el torturador que has sido y, sobre todo, he venido para difundir a los cuatro vientos que, además, de ser un asesino, también eres un cobarde”.
Billy el Niño no se levantó de su sitio, como tampoco Germán e Ignacio. Mientras, yo seguía desahogándome sin parar, exigiéndole al famoso torturador que escuchara mis denuncias. Al tiempo que le hablaba, volvían a mi cabeza terribles escenas ‘vivas’, dándome la sensación de que estaban sucediendo en ese mismo instante. Uno de los pasajes que me atormentaba sólo recordándolo, derivaba de otra estancia mía en la DGS.
Estaba en una celda del sótano, reventado del ‘tiempo’ que llevaba allí, cuando volverían a subirme hasta la primera planta. Poco menos de seis minutos antes me habían bajado. Eran las tres o tres y media de la mañana, según el reloj que había en la pared de aquel cuchitril, en el que operaba Billy el Niño con su banda. Estaba molido de los leñazos que me daban, ensañándose en el cuerpo. Los golpes y puñetazos, sólo yo lo notaba, doliéndome así hasta los higadillos. Billy el Niño me repetía, nunca saciado, que “esta vez sí vas a llorar, canario de mierda”. Para aguantar los salvajadas de aquellos canallas que estaban torturándonos, habíamos aprendido casi todos, mis compañeros y más apresados, e invariablemente, que ‘centrásemos nuestros pensamientos’ en cualquier objeto inanimado, sin ‘salirnos’ nunca de lo que cada uno hubiese decidido, cuando el verdugo (en ocasiones, varios torturadores al alimón) iniciase la criminal sesión correspondiente. Cuando me lo dijeron, en mi ignorancia supina, pensé que aprovechaban mi tercermundismo por darme la macabra broma. Sin embargo, había razones sobradas. No era ningún Bálsamo de Fierabrás, pero los efectos sicológicos sí que se notaban. Ineludiblemente, yo pensaba en mis padres y en mis hermanos, a los que hicieron sufrir todas las perrerías imaginables. Volví a denunciarlo ante Billy el Niño, en aquel lugar donde estábamos. No se inmutó ni pronunció palabra alguna, siempre con los ojos pegados al suelo como “la momia vestida” egipcia.
“A mi hermano Juan lo cogieron a tiro limpio en una operación que tú dirigías. Claro que ni te acordarás. Eran tantas las que hacías que si te recuerdo una, darías demasiadas vueltas a tu cabeza, para saber a cuál me refiero. Voy a refrescarte la memoria. En dos coches, llenos de los tuyos, iban detrás de mi hermano, nada más salir de su casa por la mañana; aunque te caló y salió corriendo saltando la muralla que estaba cerca de la casa donde vivía. Pero tuvo la mala suerte de meterse en una calle que, en aquel momento, estaba en obras, y sin salida. Aun así, hizo todo lo que pudo para que no lo trincaran. Los tuyos, ya cabreados me figuro, comenzaron a disparar. Lo detuvieron porque quedó acorralado y a punto de matarlo”.
Me acordaba de la vuelta ‘triunfante’ de Billy el Niño a la primera planta de la DGS, donde poco antes me llevan otra vez aquella misma madrugada. “Hombre, estás aquí, y con ganas de que te haga un hombre, de cómo tiene que ser el hombre con dos cojones”. Era una frase que siempre salía de la boca de Billy el Niño para demostrar que era más macho que nadie, y todos los que pasaron por sus ensangrentadas manos escuchan de sus fauces. Enloquecido como estaba, “quería partirme en do”, como el mismo le dijo. Detalles y pormenores de lo que maldecía, insultos a porrillo y amenazas constantes, lo han expresado los compañeros detenidos, cuyas espeluznantes declaraciones está foliadas e incorporadas a los legajos que integran las diligencias judiciales del sumario abierto en los tribunales argentinos.
En aquel estado crítico, ahogándome con mis propias babas sanguinolentas, yo ya no podía más. Entonces, esposado por delante desde el primer día, como me tuvieron, me lancé de cabeza en picado contra el postigo de una de las mesas que tenían en aquella planta de los interrogatorios, donde Billy el Niño y los secuaces de la BPS protagonizaban sus heroicidades, que traducirían a méritos para optar a los galardones y medallas que concedían por las propuestas de Martín Villa y otros franquistas que continúan gobernando en la sombra (entre ellos, Utrera Molina, el bendecido suegro del ‘tapado’ reaccionario Ruiz-Gallardón, el ministro de Justicia que pretende que la Mujer regrese a la caverna). Uno de ellos me zancadilleó, cayendo de plano en medio del cuartucho. Quedé boca abajo, creyendo que me asfixiaba. Nadie se movería para levantarme o darme la vuelta. Tengo grabado, aunque vagamente, aquel cruel e imborrable episodio. Noté cómo saltaban sobre mi espalda, cómo me pateaban y me tiraban del pelo. Sé que hablaron del médico, sin saber a qué se referían. Desperté en una camilla cuartelera, creyendo que aún estaba en la DGS. No me enteré de nada. Ni que me habían curado, según dijeron los funcionarios. Ni que me habían llevado a Carabanchel. Nada de nada. El doctor José Luis Barros me dijo después que había perdido el conocimiento estando en el suelo por las barbaridades que me hicieron en la DGS, y viendo que había sucumbido, deciden llevarme a la enfermería de la cárcel, en Carabanchel. He entregado todo tipo de detalles que estarán acopiados en actuaciones judiciales o las diligencias correspondientes.
Con todo, manifestaré que, a los siete meses de mi “Certificado de Liberación Definitiva”, firmado por Javier Cabezudo Fernández, por una crisis renal, ingresé en el hospital. Desde entonces, los dolores en la vejiga urinaria y, sobre todo, las progresivas incomodidades en la columna, no me abandonaron. Al principio creí que serían patologías normales, que iban aumentando con los años. Pero en París, tras unos análisis intensos que me hicieron en los departamentos del Hôpital de la Pitié-Salpétrière, el diagnóstico dio un giro esclarecedor. Tenía la columna destrozada con fracturas de distinta naturaleza, quizás debido a cualquier accidente, o a consecuencia de las torturas, o de los golpes que me propició la policía española en sus propias dependencias.
Sobre problemas renales, mis crisis en la vejiga y las periódicas oclusiones para evacuar, sus opiniones y diagnósticos determinan que venían provocadas por unas iguales causas e idénticos orígenes. Diré que allí me facilitaron una sonda renovable, aliviándome de tal manera, que comenzó a rescatar en mí el entusiasmo y renovadas ganas de continuar viviendo. Siempre recordaré aquellos afectos y la solidaridad de Olvido, quien fue conmigo a París. Como recordaré a Pedro Caba y José Luis Barros, quienes decidieron que tenía que ir con ellos a Francia, pensando que, con las dificultades que yo arrastraba, aquí no tenía ninguna salida e podrían incluso provocar mi muerte prematura. Expreso, asimismo, mi infinito agradecimiento a Ramón Sáenz Valcárcel, y a su familia; en especial a su entrañable padre, por su amistad, solidaridad, su cariño y por cuanto se movieron para que me restableciera, ocupados siempre de mi salud, animándome sin tregua para que no bajara la guardia ni cayese en aquel pozo sin fondo del terrible desánimo. Me quedan demasiadas cosas que reflejar, y quisiera hacerlo cuanto antes. Pero ahora debo terminar este manifiesto, pues los amigos de ‘La Comuna’ me apremian por la urgencia para enviarlo a los tribunales.
Antes de acabar con mi comunicación, deseo que sepan que desde entonces, he consultado con muchos médicos especialistas, tanto de la columna como de la vejiga urinaria; que cada uno de ellos inexorablemente manifiesta que las causas de ambas patologías, sin variación o dudas clínicas, proceden de las torturas que me infligieron los criminales de la BPS. Diré que, en estos más de cuarenta años, me han intervenido quirúrgicamente siete veces en la columna, con largas operaciones que duraban unas ocho horas de media. Además, tres cirugías entre la vejiga y el cuello vesical. Pese a que pudiera parecer que ‘acabaron conmigo’, no dejé de batallar nunca, ni pretendo hacerlo en la medida que la naturaleza me lo permita. Por último, manifiesto que cuantos hechos he relatado en este ‘cuadernillo de vida’, han sido documentalmente acreditados, y avaladas están las denuncias y las declaraciones que aquí realizo. Todo esto lo he redactado, satisfecho, a petición de los amigos y compañeros de ‘La Comuna’, cuya lucha dará resultados positivos, ya lo estamos viendo, para que lo administren como deseen y lo presenten donde ha lugar. Además, acabo diciéndoles que ratificaré este manifiesto con total disposición, y lo haré donde sea, delante de quien sea y cuando me lo comuniquen, sin ninguna dilación.
Mientras tanto, aquí estaré para lo que me digáis; con mi agradecimiento y un fuerte abrazo para todas y para todos.
Con todo nuesto agradecimiento a Lo Que Somos
Comentarios
Publicar un comentario