Miguel de Cervantes y Rafael Alberti "Numancia"

 

El 26 de diciembre de 1937 se estrenó en el teatro de Arte y Propaganda (de la Zarzuela) la adaptación de La Numancia de Cervantes que había sido encargada por el Ministerio de Instrucción Pública a Rafael Alberti. La obra fue dirigida por María Teresa León, contó con la escenografía y los figurines de Santiago Ontañón y la música de Jesús García Leoz.
   El objetivo, naturalmente, era el de contribuir al espíritu de resistencia del pueblo de Madrid, asediado por las tropas franquistas y bajo intensísimos bombardeos. Los heroicos endecasílabos que Cervantes escribiera hacia 1582, mas la hábil articulación del drama actualizado por Rafael Alberti, se convirtieron en uno de los hitos más importantes del teatro en guerra.
 
André Masson. Pour Numancia. Tinta sobre papel. 1937
 

No abundan los testimonios de cómo fueron aquellas representaciones. María Teresa León lo recordaba así en Memoria de la Melancolía (1970):

 …y subió ahí, a ese hueco oscuro, la Numancia de Miguel de Cervantes. Ahora pienso que los bombardeos resonando en la techumbre no asustaban al pueblo, comedor de semillas de girasol, apretadas las parejas que pronto iban a separarse (…) Había un heroísmo en la sala tan atenta que correspondía a los personajes (…). Nunca hubo mayor correspondencia entre una sala y un escenario. Allí los numantinos, aquí los madrileños. Cervantes nos resultó el mejor sostenedor de nuestra causa. (…). Ya podían los aviones franquistas hacer temblar los tejados viejos del teatro de la Zarzuela; dentro estábamos nosotros (…) haciendo llorar a un público extraordinario que llegaba de los frentes,  por diez céntimos…


 Santiago Ontañón. Dibujo para la escenografía de Numancia. 1937

Santiago Ontañón. Figurín para Numancia. La Guerra. 1937
 

En la Jornada Cuarta irrumpen en el escenario la Guerra, la Enfermedad y el Hambre, si fuéramos capaces hoy de sentir lo que sintieron aquellos hombres y mujeres, tan cerca de la muerte, al escuchar aquellos versos, tal vez pudiéramos acercarnos a cierta sensación sobre lo que la poesía puede llegar a significar.

 

Numancia

 

Jornada Cuarta 
 

Sale una mujer, armada con una lanza en la mano y un escudo, que significa la GUERRA, y trae consigo la ENFERMEDAD y la HAMBRE: la ENFERMEDAD arrimada a una muleta y rodeada de paños la cabeza, con una máscara amarilla; y la HAMBRE saldrá con un desnudillo de muerte, y encima, una ropa de bocací amarilla y una máscara descolorida.

GUERRA  

Hambre, Enfermedad, ejecutores

De mis terribles mandos y severos,

De vidas y salud consumidores,

Con quien no vale ruego, mando o fieros,

Pues ya de mi intención sois sabidores,

No hay para qué de nuevo encareceros

De cuánto gusto me será y contento

Que luego, luego, hagáis mi mandamiento.

La fuerza incontrastable de los hados,

Cuyos efectos nunca salen vanos,

Me fuerzan que de mí sean ayudados

Estos sagaces mílites romanos.

Ellos serán un tiempo levantados,

Y abatidos también estos hispanos;

Pero tiempo vendrá en que yo me mude,

Y dañe al alto y al pequeño ayude;

Que yo, que soy la poderosa Guerra,

De tantas madres desterrada en vano,

Aunque quien me maldice a veces yerra,

Pues no sabe el valor de esta mi mano,

Sé bien que en todo el orbe de la tierra,

Seré llevada del valor hispano

En la dulce ocasión que estén reinando

Un Carlos, y un Filipo, y un Fernando.

 

ENFERMEDAD

Si ya la Hambre, nuestra amiga querida.

No hubiera tomado con instancia

A su cargo de ser fiera homicida

De todos cuantos viven en Numancia,

Fuera de mí tu voluntad cumplida,

De modo que se viera la ganancia

Fácil y rica que el romano hubiera,

Harto mejor de aquello que se espera.

Mas ella, en cuanto su poder alcanza,

Ya tiene tal el pueblo numantino,

Que de esperar alguna buena andanza,

Le ha tomado las sendas y el camino;

Mas del furor la rigurosa lanza,

La influencia del contrario sino,

Le trata con tan áspera violencia,

Que no es menester hambre ni dolencia.

El Furor y la Rabia, tus secuaces,

Han tomado en su pecho tal asiento,

Que, cual si fuese de romanas haces,

Cada cual de esa sangre está sediento.

Muertos, incendios, iras son sus paces;

En el morir han puesto su contento,

Y, por quitar el triunfo a los romanos,

Ellos mesmos se matan con sus manos.

 

HAMBRE

Volved los ojos, y veréis ardiendo

De la ciudad los encumbrados techos.

Escuchad los suspiros que saliendo

Van de mil tristes, lastimados pechos.

Oíd la voz y lamentable estruendo

De bellas damas a quien, ya deshechos

Los tiernos miembros de ceniza y fuego,

No valen padre, amigo, amor ni ruego.

Cual salen las ovejas descuidadas,

Siendo del fiero lobo acometidas,

Andar aquí y allí descarriadas,

Con temor de perder las simples vidas,

Tal niños y mujeres desdichadas,

Viendo ya las espadas homicidas,

Andan de calle en calle, ¡oh hado insano!,

Su cierta muerte dilatando en vano.

No hay plaza, no hay rincón, no hay calle o

casa

Que de sangre y de muertos no esté llena;

El hierro mata, el duro fuego abrasa,

Y el rigor ferocísimo condena.

Presto veréis que por el suelo tasa

Hasta la más subida y alta almena,

Y las casas y templos más preciados

En polvo y en cenizas son tornados.

Venid; veréis que en los amados cuellos

De tiernos hijos y mujer querida,

Teogenes afila agora y prueba en ellos

De su espada cruel corte homicida,

Y cómo ya, después de muertos ellos,

Estima en poco la cansada vida,

Buscando de morir un modo extraño,

Que causó en el suyo más de un daño.

 

GUERRA

Vamos, pues, y ninguno se descuide

De ejecutar por eso aquí su fuerza,

Y a lo que digo sólo atienda y cuide,

Sin que de mi intención un punto tuerza.

 

 Miguel de Cervantes 1547 - 1616

André Masson 1896 - 1987

Santiago Ontañón 1903 - 1989

María Teresa León 1903 - 1988

Rafael Alberti 1902 - 1999

 


 

 

 

 

 

 

 

 

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