Miguel de Cervantes y Rafael Alberti "Numancia"
No abundan los testimonios de cómo fueron aquellas representaciones. María Teresa León lo recordaba así en Memoria de la Melancolía (1970):
…y subió ahí, a ese hueco oscuro, la Numancia de Miguel de Cervantes. Ahora pienso que los bombardeos resonando en la techumbre no asustaban al pueblo, comedor de semillas de girasol, apretadas las parejas que pronto iban a separarse (…) Había un heroísmo en la sala tan atenta que correspondía a los personajes (…). Nunca hubo mayor correspondencia entre una sala y un escenario. Allí los numantinos, aquí los madrileños. Cervantes nos resultó el mejor sostenedor de nuestra causa. (…). Ya podían los aviones franquistas hacer temblar los tejados viejos del teatro de la Zarzuela; dentro estábamos nosotros (…) haciendo llorar a un público extraordinario que llegaba de los frentes, por diez céntimos…
Santiago Ontañón. Dibujo para la escenografía de Numancia. 1937
En la Jornada Cuarta irrumpen en el escenario la Guerra, la Enfermedad y el Hambre, si fuéramos capaces hoy de sentir lo que sintieron aquellos hombres y mujeres, tan cerca de la muerte, al escuchar aquellos versos, tal vez pudiéramos acercarnos a cierta sensación sobre lo que la poesía puede llegar a significar.
Numancia
Sale una mujer, armada con una lanza en la mano y un escudo, que significa la GUERRA, y trae consigo la ENFERMEDAD y la HAMBRE: la ENFERMEDAD arrimada a una muleta y rodeada de paños la cabeza, con una máscara amarilla; y la HAMBRE saldrá con un desnudillo de muerte, y encima, una ropa de bocací amarilla y una máscara descolorida.
GUERRA
Hambre, Enfermedad, ejecutores
De mis terribles mandos y severos,
De vidas y salud consumidores,
Con quien no vale ruego, mando o fieros,
Pues ya de mi intención sois sabidores,
No hay para qué de nuevo encareceros
De cuánto gusto me será y contento
Que luego, luego, hagáis mi mandamiento.
La fuerza incontrastable de los hados,
Cuyos efectos nunca salen vanos,
Me fuerzan que de mí sean ayudados
Estos sagaces mílites romanos.
Ellos serán un tiempo levantados,
Y abatidos también estos hispanos;
Pero tiempo vendrá en que yo me mude,
Y dañe al alto y al pequeño ayude;
Que yo, que soy la poderosa Guerra,
De tantas madres desterrada en vano,
Aunque quien me maldice a veces yerra,
Pues no sabe el valor de esta mi mano,
Sé bien que en todo el orbe de la tierra,
Seré llevada del valor hispano
En la dulce ocasión que estén reinando
Un Carlos, y un Filipo, y un Fernando.
ENFERMEDAD
Si ya la Hambre, nuestra amiga querida.
No hubiera tomado con instancia
A su cargo de ser fiera homicida
De todos cuantos viven en Numancia,
Fuera de mí tu voluntad cumplida,
De modo que se viera la ganancia
Fácil y rica que el romano hubiera,
Harto mejor de aquello que se espera.
Mas ella, en cuanto su poder alcanza,
Ya tiene tal el pueblo numantino,
Que de esperar alguna buena andanza,
Le ha tomado las sendas y el camino;
Mas del furor la rigurosa lanza,
La influencia del contrario sino,
Le trata con tan áspera violencia,
Que no es menester hambre ni dolencia.
El Furor y la Rabia, tus secuaces,
Han tomado en su pecho tal asiento,
Que, cual si fuese de romanas haces,
Cada cual de esa sangre está sediento.
Muertos, incendios, iras son sus paces;
En el morir han puesto su contento,
Y, por quitar el triunfo a los romanos,
Ellos mesmos se matan con sus manos.
HAMBRE
Volved los ojos, y veréis ardiendo
De la ciudad los encumbrados techos.
Escuchad los suspiros que saliendo
Van de mil tristes, lastimados pechos.
Oíd la voz y lamentable estruendo
De bellas damas a quien, ya deshechos
Los tiernos miembros de ceniza y fuego,
No valen padre, amigo, amor ni ruego.
Cual salen las ovejas descuidadas,
Siendo del fiero lobo acometidas,
Andar aquí y allí descarriadas,
Con temor de perder las simples vidas,
Tal niños y mujeres desdichadas,
Viendo ya las espadas homicidas,
Andan de calle en calle, ¡oh hado insano!,
Su cierta muerte dilatando en vano.
No hay plaza, no hay rincón, no hay calle o
casa
Que de sangre y de muertos no esté llena;
El hierro mata, el duro fuego abrasa,
Y el rigor ferocísimo condena.
Presto veréis que por el suelo tasa
Hasta la más subida y alta almena,
Y las casas y templos más preciados
En polvo y en cenizas son tornados.
Venid; veréis que en los amados cuellos
De tiernos hijos y mujer querida,
Teogenes afila agora y prueba en ellos
De su espada cruel corte homicida,
Y cómo ya, después de muertos ellos,
Estima en poco la cansada vida,
Buscando de morir un modo extraño,
Que causó en el suyo más de un daño.
GUERRA
Vamos, pues, y ninguno se descuide
De ejecutar por eso aquí su fuerza,
Y a lo que digo sólo atienda y cuide,
Sin que de mi intención un punto tuerza.
Miguel de Cervantes 1547 - 1616
André Masson 1896 - 1987
Santiago Ontañón 1903 - 1989
María Teresa León 1903 - 1988
Rafael Alberti 1902 - 1999
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