Maria Rosa de Madariaga "En el centenario del Desastre de Annual"
En el centenario
del Desastre de Annual
María Rosa de
Madariaga
Revista Viento Sur. 23 julio 2021
Pocas familias
habrá en España en las que no haya habido un bisabuelo o un tío bisabuelo que
participara en la guerra del Rif (1921-1927), aunque entre las nuevas
generaciones el recuerdo está hoy casi perdido. Si muchos ignoran hechos
acaecidos en épocas posteriores como el advenimiento de la Segunda República o
la Guerra Civil, con más razón desconocen los más alejados en el tiempo. Hacia
los ochenta del pasado siglo, todavía había abuelos que podían contar a sus
nietos las vicisitudes del servicio militar en África, el cerco al que los
tenían sometidos los rifeños en algún fortín, la tortura de la sed… Hoy nadie
los recuerda por haberlos vivido. La mayoría de los españoles ignora lo que
significó Annual, porque ya no queda nadie para contarlo y en los libros de
texto de la escuela nadie se lo cuenta.
Las
guerras de Marruecos en la memoria colectiva
Aunque el
sangriento revés del Barranco del Lobo solo fuera uno de los tantos sufridos
por las tropas españolas en Marruecos, quedaría por mucho tiempo grabado en la
memoria colectiva como recuerdo indisociable de la guerra de 1909, e inspiraría
una canción popular que aún muchos recuerdan por haberla aprendido en la
escuela:
En el Barranco
del Lobo
Hay una fuente
que mana
Sangre de los
españoles
Que murieron por
la Patria
Eso era. Se
trataba de convencer al soldado de que ir a la guerra a Marruecos equivalía a
ir a defender la patria, pero la realidad era que el servicio militar y la
guerra suscitaban un creciente rechazo entre las clases populares y representaban
un poderoso elemento de movilización, sobre todo debido a la enorme injusticia
que representaba el que los hijos de las familias pudieran librarse del
servicio militar por dinero. Era lo que se conocía como la redención a
metálico. En la oposición a la guerra del Partido Socialista el rechazo al
servicio militar era la pieza clave. El eslogan de los socialistas se convirtió
en el ya famoso “O todos o ninguno”. La ley de 1877 que modificaba ligeramente
las leyes anteriores, que databan del reinado de Carlos III (1759-1788),
establecía que el servicio militar, hasta entonces de ocho años, pasaba a ser
de tres, pero de ocho en reserva, con exenciones para los que ejercieran
determinados oficios, los hijos únicos, los nietos que mantuvieran a sus abuelos
y los hijos ilegítimos que mantuvieran a sus padres. La suma a pagar para los
que querían librarse del servicio militar ascendía a mil quinientas pesetas, lo
que para numerosas familias, incluso de clase media, significaba un gran
sacrificio económico.
La guerra de 1909 tuvo como consecuencia una
reforma del sistema de reclutamiento, obra del general Luque, ministro de la
Guerra en 1910-1912. Fue una reforma bastante limitada, ya que no abolía la
redención a metálico, aunque obligaba a todos los reclutas a cumplir cinco
meses de servicio militar como mínimo, después de los cuales podían librarse
pagando la suma de dos mil pesetas. Esta ley trataba de paliar la injusticia
tradicional del sistema de reclutamiento, haciendo obligatorio el servicio militar
para todos, ya que incluso los que pagaban por librarse de él debían servir en
el Ejército cinco meses por lo menos. Los que podían pagar eran, sin embargo,
los mismos que tenían amistades bien situadas para no ir a Marruecos y poder
permanecer en la península durante su breve paso por los cuarteles. El
resultado fue que, pese a esta reforma del sistema de reclutamiento, los
soldados de las clases humildes seguirían siendo enviados a Marruecos para
participar en nuevas campañas militares.
Otra iniciativa importante del general
Luque, que afectaba también al Ejército, aunque esta vez a los jefes y
oficiales, fue el restablecimiento en 1910 del sistema de ascensos por méritos
de guerra, que se había suprimido después de los abusos cometidos durante las guerras
coloniales de Cuba y Filipinas. Al término de la campaña de 1909 volverían a
prodigarse ascensos y condecoraciones. La real orden por la que se restableció
el sistema suscitó la hostilidad de los sectores del ejército partidarios de
los ascensos por antigüedad, mientras que otros, toda una nueva hornada de
jóvenes oficiales salidos en aquellos años de las academias militares, la
acogieron con los brazos abiertos porque representaba un acicate para sus
ambiciones de hacer una rápida carrera en Marruecos. Estos últimos eran los
conocidos como africanistas y que yo prefiero llamar africanomilitaristas.
El
desastre colonial de 1921
El Desastre de
Annual fue bastante más que la caída de un puesto militar. Significó el
derrumbe de todos los puestos militares españoles hasta las puertas de Melilla.
A principios de 1919, el general Dámaso Berenguer era nombrado, a propuesta del
conde de Romanones, entonces ministro de Estado en el gabinete liberal de
García Prieto, alto comisario de España en Marruecos, mientras que el general
Fernández Silvestre era nombrado en agosto del mismo año comandante general de
Ceuta, tras la oportuna destitución del general Arraiz, y, a los pocos meses,
en enero de 1920, comandante general de Melilla, tras el también oportuno ascenso
de Aizpuru a teniente general. El general Berenguer y el general Fernández
Silvestre tenían muchas cosas en común. Ambos eran del arma de Caballería y
habían nacido en Cuba, el primero en 1873 y el segundo en 1871. Era vox populi
que el nombramiento de Berenguer para el cargo de alto comisario se lo debía a
Fernández Silvestre por la influencia que este tenía sobre el rey. Se daba la
circunstancia de que siendo Fernández Silvestre su subordinado, era más antiguo
que Berenguer en el escalafón, lo que podría ocasionar roces y situaciones
embarazosas entre los dos generales. Los poderes otorgados a Fernández
Silvestre al frente de la Comandancia General de Melilla eran muy extensos, y
esta comandancia, por estar más distanciada del alto comisario, gozaba de mayor
autonomía. Ambos generales deseaban triunfar en sus regiones respectivas,
limitándose Fernández Silvestre a trazar los planes y a solicitar la
correspondiente autorización, que obtenía sin dificultad, y limitándose
Berenguer, por su parte, a formular determinadas observaciones de rigor sobre
la conveniencia de contar con los medios necesarios para ejecutarlos. Daba la impresión de que las solicitudes de
autorización para avanzar no eran más que pura fórmula, sabiendo de antemano
Fernández Silvestre que Berenguer no las rechazaría.
Los planes de Berenguer no coincidían
exactamente con los de Fernández Silvestre, centrándose los del primero en
terminar en la región occidental con la rebelión del Raisuni, para confluir
después con las tropas de Fernández Silvestre en la conquista de la bahía de
Alhucemas. Pero Fernández Silvestre tenía otros planes: ser el primero en
llegar a la bahía de Alhucemas, y no por mar como se había intentado otras
muchas veces, sino por tierra. A principios de diciembre de 1920, Fernández
Silvestre reactivaba las operaciones militares en Beni Ulichek, donde fueron
ocupadas diversas posiciones, lo que acarreó la sumisión de diversos jefes de
la cabila. La sumisión de la parte oriental de Beni Ulichek, limítrofe de la
cabila de Beni Saíd, trajo la sumisión de esta última. Con la ocupación de Beni
Saíd y la parte oriental de Beni Ulichek, el plan de operaciones previsto por
Fernández Silvestre había sido enteramente ejecutado. No obstante, estimando
que el frente de los nuevos territorios necesitaba ser protegido de los ataques
de los resistentes de las cabilas limítrofes, en enero de 1921 Fernández
Silvestre solicitaba del alto comisario la autorización para ocupar una serie
de posiciones de protección, entre las que figuraba Annual, que fue ocupado el
15 de dicho mes, y Sidi Dris en la costa, que lo fue en marzo. Estas
ocupaciones habían resultado, sin embargo, demasiado fáciles como para no
hacerse preguntas sobre las circunstancias que las habían hecho posibles. El 10
de enero de 1921, pocos días antes de la ocupación de Annual, Berenguer decía
en una carta a Fernández Silvestre: “Creo que todavía la situación de aquellas
cabilas muy desgastadas ya por la resistencia y en las que existe un estado
verdaderamente crítico por el hambre que reina en el Rif te han permitido
avanzar más nuestras líneas”. Otras fuentes confirman la hambruna que padecía
la zona. En un despacho enviado el 14 de diciembre de 1920 por el encargado de
Negocios de Gran Bretaña en Tánger al vicecónsul británico a Tetuán decía:
“(…) Las malas cosechas en toda la zona han
provocado una hambruna tan grande, que incluso se registraron varios casos de
envenenamiento por el consumo de raíces venenosas, y un éxodo sin precedentes
de los habitantes. Un gran número de rifeños –hombres y mujeres– ha llegado a
Tetuán en busca de trabajo y comida y varios cientos de hombres se han alistado
en las tropas indígenas españolas. Los españoles han aprovechado esta situación
favorable para avanzar en las cabilas de Beni Ulichek y Beni Saíd (…)” (Foreign
Office, 371/4527).
En el avance de Fernández Silvestre hacia
Alhucemas quedaba aún la cabila Temsamán, cuyos jefes principales se habían
presentado a principios de enero ante el coronel Morales, jefe de la Oficina de
Asuntos Indígenas, con la excepción del jefe de la fracción de Trugut,
fronteriza de Beni Urriaghel, que se había abstenido por temor a represalias de
esta última. En este territorio estacionaba, en Yub el Kama, la harka de Beni
Urriaghel, compuesta mayoritariamente de contingentes de esta cabila y de
algunos de Bocoya y Beni Tuzin. No disponiendo de elementos suficientes y
pensando que era necesario intensificar antes la acción política, Fernández
Silvestre consideraba que un nuevo avance en esta cabila no era oportuno,
cuando súbitamente cambió de idea y decidía ocupar la posición de Abarrán. Para
ello se basaba no en los informes del coronel Morales, quien consideraba que no
había llegado el momento de realizar un nuevo avance, sino en los informes del
comandante Vilar, jefe del sector de policía del Kert, quien había llevado a
cabo las gestiones de la ocupación de Abarrán y sería el encargado de
ejecutarla. La ocupación fue presentada como una simple operación de policía,
aunque la columna, compuesta de 1.461 hombres, era excesiva en relación con la
que normalmente intervenía en las de esa naturaleza. La fuerza salió de Annual
el 1 de junio de 1921, a la una de la madrugada; a las cinco se había coronado
el monte de unos 525 metros, y a las seis se empezó a fortificar, trabajo que
terminó a las once menos cuarto. Situada a seis kilómetros de Annual en línea
recta, pero de terreno tan abrupto que las tropas tenían que hacer un recorrido
de diecisiete kilómetros para llegar a ella, la posición de monte Abarrán (D’har
Abarran) era difícil de abastecer y de socorrer en caso de ataque. El lugar
elegido para la instalación del puesto carecía de agua y de piedras para
construir un buen parapeto, por lo que hubo que hacerlo con sacos terreros que,
al estar podridos, se desfondaban y solo dieron para cubrir un frente y parte
de otro, de una altura que, según testimonios, llegaba en algunos lugares a la
cintura, y, en otros, a las rodillas. Poco después de terminado el trabajo de
fortificación, la columna de Vilar efectuó su retirada y una hora más tarde
resonó el primer cañonazo de la posición que era atacada y caía hacia las
cuatro y media o cinco de la tarde. La guarnición que había quedado en ella se
componía de siete oficiales –seis españoles y uno marroquí–, de unos doscientos
marroquíes (policía indígena y Regulares) y unos cuarenta y dos europeos de
tropa. Cinco oficiales españoles –dos capitanes, dos temientes y un alférez–,
todos de la policía indígena o de Regulares, murieron en el ataque, salvando la
vida solo el teniente Flomesta, de artillería, que cayó prisionero de los
rifeños y murió al poco tiempo por negarse a ingerir alimentos. A Annual y
Bumeyan lograron llegar setenta y dos hombres, de los cuales veinticinco eran
europeos. Todo el material quedó en manos de los rifeños, los fusiles, las
ametralladoras y las cajas de municiones, más la batería de montaña.
Fernández Silvestre tardó en dar
explicaciones sobre los hechos acaecidos hasta un telegrama del día 7 de junio,
en el que se limitaba a señalar que la pérdida de la posición se debía “a la
desafección de la harka auxiliar”. El descalabro de Abarrán se presentó ante la
opinión pública como un pequeño revés, frecuente en las guerras coloniales. Sin
embargo, era algo más que un “hecho aislado”. Como consecuencia de la caída de
Abarrán, los cabileños de Temsamán pasaron a engrosar la harka rifeña, cuyos
contingentes aumentaron considerablemente. Importantes en el aspecto militar,
las repercusiones de Abarrán lo fueron no menos en el político. El triunfo de
la harka elevó la moral de los resistentes. Era la primera vez que se hacían
con una posición dotada de artillería. Ahora ya disponían de cañones, cosa de
la que hasta entonces carecían.
El ataque a Abarrán y luego a Sidi Dris
demostraba que la resistencia rifeña había cambiado sus procedimientos de
acción y que ahora estaba dotada de organización, dirección, más recursos y
mejor armamento (Expediente Picasso, 1931). Cobró ascendiente y fue creando en
el sector de Annual una situación cada vez más peligrosa. Aunque
momentáneamente parecía resignarse a no lanzarse a ninguna nueva operación
militar, no tardó en concebir el proyecto de ocupar Igueriben, con el pretexto
de reforzar la línea de comunicación con Annual en su último recorrido ante la
posible incursión de la harka. Igueriben fue ocupado el 7 de junio de 1921, sin
que se registrase más que un pequeño tiroteo por parte de los grupos destacados
de la harka enemiga, que en los días siguientes no dio muestras de abierta
hostilidad, a pesar de haberse engrosado considerablemente con nuevos
contingentes.
Situada a seis kilómetros de Annual, la
posición de Igueriben se hallaba rodeada de alturas erizadas de riscos y los
caminos que a ella conducían estaban cortados por profundos barrancos. Cerca de
la posición se alzaba la pequeña loma de Sidi Brahim –llamada por los españoles
Loma de los Árboles– que un pequeño cuerpo de guardia ocupaba a diario con el
objeto de proteger la aguada, distante cuatro kilómetros y medio, y que era
preciso proteger a diario por no disponer de suficientes cubas ni de acémilas
para transportarlas. Cada dos días se hacía desde Annual un convoy escoltado
por las fuerzas de Regulares, que tenían su campamento en esa posición. Aunque
fuertemente hostilizados, los convoyes conseguían pasar, cuando la Loma de los
Árboles –que servía de protección a la aguada, pero que las tropas españolas
nunca habían llegado a ocupar de manera permanente– fue tomada el 16 de junio
por los combatientes rifeños, que se hicieron fuertes allí, construyendo
trincheras y parapetos con el objeto de impedir la aguada y el paso de los
convoyes. Los convoyes, pese a las dificultades y enormes pérdidas,
consiguieron pasar hasta el 17 de julio, en que la harka lanzó un fuerte ataque
contra las posiciones del frente Buimeyan-Annual-Igueriben, estrechando el
cerco contra esta última. Desde entonces Igueriben estaba prácticamente
sitiado, y el objetivo de la harka era conseguir la rendición de la posición
por hambre, sed y agotamiento de municiones. Ante la imposibilidad de socorrer
la posición, Fernández Silvestre dio al comandante Benítez la autorización de
evacuarla y retirarse sobre Annual. Antes de evacuar la posición, Benítez
todavía intentó resistir hasta gastar los últimos cartuchos. Veinte por hombre.
La mayoría de los defensores de Igueriben moriría. Un sargento y diez hombres
de tropa lograron llegar a Annual, con las fauces abrasadas por la sed,
enloquecidos de espanto y sin habla. Murieron todos los oficiales, salvo el
teniente Casado que cayó en manos de los rifeños y terminó preso de Abd-el-Krim
en Axdir.
Y, de pronto, sin que se lo esperasen,
Annual, tras Igueriben, caía inmediatamente en manos rifeñas como un fruto
maduro. La posición, cuyo valor estratégico era muy deficiente, se encontraba
dominada por todos lados por las montañas que la circundaban, y la aguada
situada a tres kilómetros, en un barranco, era batida desde el campo enemigo.
El teniente coronel Pérez de Ortiz la describe como una verdadera ratonera. Los
días anteriores a la caída de Annual las fuerzas allí concentradas ascendían a
unos 3.000 hombres, incluidos dos escuadrones de Regulares, a los que vinieron
a sumarse el día 19 otros 1.000, y el día 21 unos 470 de policía indígena y
harkas auxiliares, lo que arrojaba un total de unos 5.000 hombres. La harka
rifeña hostilizó la posición el día 21, pero sin lanzar un ataque en regla.
Considerando, sin embargo, que la situación era grave, Fernández Silvestre
convocó ese mismo día por la noche una reunión de los jefes militares para
examinar con ellos las medidas que convendría adoptar. Cabían tres soluciones:
parlamentar con los rifeños para negociar la rendición del puesto; seguir
resistiendo, y, por último, evacuar el puesto, ya fuera mediante una retirada
en regla o por sorpresa. La mayoría era partidaria de retirarse, incluido
Fernández Silvestre, que proponía un repliegue al puesto de Ben Tieb.
Permanecer en la posición planteaba el problema de cómo poder resistir: solo
quedaban víveres para cuatro días; se carecía de agua y hacer la aguada suponía
librar a diario un combate que costaba muchas víctimas; las municiones eran
escasas y, desde luego, no bastaban para una resistencia prolongada en caso de
ataque, por lo que la posición tendría que terminar por rendirse. En vista de
la situación, todos optaron por la retirada, que Fernández Silvestre dispuso se
efectuaría a las seis de la mañana, si bien les previno de que no dijeran nada
a los oficiales, ya que debía ser una retirada por sorpresa. Después, tras
comunicarse con el ministro de la Guerra y el alto comisario, a quienes pidió
refuerzos, que ambos le prometieron que le mandarían, cambió de idea y
manifestó que no se retirarían. No obstante, al no poder salir de Ceuta antes
del 24 ni llegar a Annual hasta el 27, había que resolver si era mejor
retirarse o esperar la llegada de esos refuerzos.
Parecía que el general Fernández Silvestre había
optado por mantenerse en la posición hasta la llegada de los refuerzos
prometidos cuando un hecho inesperado precipitó las cosas. El capitán Carrasco,
de la policía indígena, avisó al coronel Manella y este a Fernández Silvestre
de que numerosas fuerzas enemigas avanzaban sobre Annual en tres columnas
formadas como tropas regulares, lo que desencadenó la alarma, haciendo que
Fernández Silvestre volviera a cambiar de idea y decidiese evacuar
inmediatamente la posición. Aquí las versiones varían sobre quién dio la orden
de retirada. ¿Fue únicamente iniciativa de Fernández Silvestre o recibió este
del alto comisario la orden de retirarse? Más importante, no obstante, que
preguntarse de dónde salió la orden de retirarse, es la cuestión de saber si
hubo o no ataque en toda regla a Annual por parte de la harka rifeña. Si es muy
cierto que esta hostilizaba la posición, no parece que en ningún momento la
atacase abiertamente ni que se propusiera hacerlo en la mañana del 22 de julio.
La falsa voz de alarma del capitán Carrasco desencadenó todo el proceso. No
había ni mucho menos miles de harqueños avanzando hacia Annual, sino un nutrido
grupo de rifeños que, por haber celebrado una reunión aquella mañana, se
dirigían a relevar las guardias más tarde que de costumbre. No hubo, pues,
nunca ataque a Annual. La posición fue evacuada sin ser atacada, como lo serían
después la mayoría de las del territorio. Lo que sí parece seguro es que la
retirada por sorpresa ordenada por Fernández Silvestre fue una auténtica
sorpresa para los rifeños que no se lo esperaban. El primer sorprendido fue el
propio Abd-el-Krim, que estaba lejos de sospechar que los acontecimientos se
precipitarían con la rapidez con que lo hicieron.
La forma en que debía realizarse la
evacuación se había tratado muy por encima. De manera que cuando se dio la
orden apremiante de salir de la posición, las unidades, sin dar tiempo a
formarlas, salieron del campamento en precipitada fuga, sueltas, incompletas,
atropellándose y confundiéndose, sin mando en muchos casos, al no estar
advertidos los capitanes que las mandaban del objeto y dirección de la marcha.
Ante el desorden y el atropellamiento reinantes, hubo intentos de encauzar la
evacuación, procurando algunos, pistola en mano, contener a los fugitivos e
incorporarlos a sus unidades que marchaban más o menos congregadas. En su
alocada fuga, aquel desordenado tropel iba dejando abandonados el armamento y
el material. En ciertas partes del camino este era angosto y grande la
acumulación de fuerzas que se atascaban y atropellaban para abrirse paso.
Individuos sueltos, otros montados, camiones y otros vehículos, artolas con
heridos, todo en confuso tropel, empujaban por adelantarse a los demás. Algunos
mulos, empujados por otros o espantados por los automóviles, se despeñaron por
el barranco, arrastrando consigo la carga que llevaban. Envueltos en nubes de
denso polvo, sedientos, muchos caían al suelo agotados, para no volver a
levantarse nunca más. Los que llegaron a la posición de Izumar, se encontraron
con que esta ya había sido abandonada, sin que los rifeños la hubiesen atacado.
Lo mismo que otras posiciones de la circunscripción de Annual. Todos los
intentos de jefes y oficiales para rehacer y organizar las fuerzas resultaron
vanos. Cundía el pánico.
A los que no perecieron en el camino o
fueron hechos presos y consiguieron llegar a Ben Tieb, el jefe de la posición
intentó en vano retenerlos, pero “los soldados que se lograba hacer entrar en
la posición, se marchaban por otra puerta”. Allí no había mando ni dirección.
La confusión reinaba por doquier. Decidieron replegarse a Dar Drius, una
distancia de diez kilómetros, pensando que podrían mantenerse allí, pero el
general Navarro, comandante en jefe de las tropas del territorio después de la
muerte de Fernández Silvestre en Annual, llegó a Dar Drius el día 23 y dio la
orden de evacuación. De Dar Drius se dirigieron a Batel, después a Tistutín,
donde se mantuvieron unos días, para refugiarse, por último, en Monte Arruit.
Allí se mantuvieron hasta el 10 de agosto, en que la posición, cercada y
hostilizada por los rifeños, terminó por rendirse y ser evacuada. Algunas de
las fuerzas sueltas y sin mando que no se habían dirigido a Monte Arruit,
habían ido a refugiarse a Nador, que fue evacuado el 2 de agosto, y otras a
Zeluán, que capituló el día 3, sin contar todos los que, de un modo u otro,
habían conseguido llegar a Melilla. Todo el territorio conquistado en doce
años, a costa de mucho dinero y mucha sangre, se había perdido en veintiún
días. España volvía a encontrarse como en 1909. El Desastre de Annual fue mucho
más que la caída de una posición militar. Significó el desmoronamiento de todos
los puestos militares de la Comandancia General de Melilla.
Nunca se sabrá con exactitud cuántos
murieron en el desastre, no solo por las balas de los rifeños, sino también de
sed, agotamiento o de enfermedades como la disentería o el paludismo. Se
calcula que en la retirada de todas las posiciones perecerían de 8.000 a 10.000
personas. Indalecio Prieto dio en el Congreso, en octubre de 1921, la cifra de
8.668 bajas. Las cifras relativas al número de fuerzas en la Comandancia de
Melilla ofrecen notables diferencias. El 30 de junio serían, para 121
posiciones y guarniciones, de 361 jefes y oficiales y 9.303 de tropa; el 22 de
julio, para 144 posiciones y guarniciones, de 588 jefes y oficiales y 16.582 de
tropa, lo que arroja una diferencia de 23 respecto a las posiciones, de 277 a
los jefes y oficiales y de 7.279 a la tropa. Con respecto a la última fecha,
otros datos dan la cifra de 841 jefes y oficiales y de 20.139 de tropa, lo que
representa respecto de las anteriores una diferencia de 257 para los jefes y
oficiales y de 3.557 para la tropa. No estando justificadas las diferencias por
el envío de fuerzas al territorio, cabe preguntarse si los que figuraban en la
última estaban en sus puestos o solo lo estaban quienes aparecen en la primera
o en la segunda. Puede que los que estaban en la lista más numerosa no
estuvieran efectivamente en sus puestos, dada la prodigalidad con que se
concedían los permisos. Las imprecisiones sobre los que estaban realmente allí,
no en el papel, sino físicamente en el momento de los hechos, dificultan, pues,
calcular con exactitud cuántas fueron las bajas.
Cadáveres en el monte Arruit
Las
secuelas del desastre
El Desastre de
Annual y el derrumbamiento de todos los puestos militares de la Comandancia de
Melilla cayó en el país como un mazazo. Al primer sentimiento de perplejidad
siguió el de indignación. La opinión pública exigía responsabilidades. ¿Cómo
había podido producirse una catástrofe de tales dimensiones en tan pocos días?
Eso fue lo que se propuso averiguar el general Juan Picasso González, a quien
una real orden del 4 de agosto de 1921 confiaba la instrucción de un expediente
gubernativo destinado a esclarecer las circunstancias que concurrieron en los
sucesos de carácter militar acaecidos en el territorio de la Comandancia
General de Melilla en los meses de julio y agosto de 1921. Trasladado a
Melilla, el general Picasso realizó un excelente trabajo, en el que, tras
recabar el máximo de información de jefes, oficiales y tropa, así como de
civiles, testigos de los sucesos, presentaba sus conclusiones sobre las que
podían haber sido las múltiples causas, tanto de orden militar como político,
de la catástrofe.
Lo
primero de todo, cabría señalar que la elección de las posiciones obedecía más
a razones políticas que militares. No tenía en cuenta las dificultades del
terreno en el que se instalaban y, por tanto, de las comunicaciones. Su mayor
deficiencia consistía sobre todo en no disponer de aljibe y en que la aguada se
encontraba, en general, muy alejada de ellas, a veces a varios kilómetros.
Cabría señalar, asimismo, que las defensas de los recintos eran muy endebles,
casi siempre de sacos terreros y alambradas.
Otro aspecto que se debía tener en cuenta
era el de la deficiente instrucción de los reclutas, de solo un mes. Muchos no
sabían disparar y, algunos, ni cargar un fusil. El armamento estaba en muy mal
estado, con fusiles vetustos, algunos de los cuales databan de la guerra de
Cuba. Otro punto débil era el de los transportes, por la escasez de camiones,
lo que hacía que el aprovisionamiento a varias posiciones tuviera que hacerse
en acémilas que recorrían kilómetros por terrenos escarpados.
A la catástrofe también contribuyeron la
dispersión de posiciones en el territorio, mal abastecidas y guarnecidas, la
disgregación de fuerzas y la acumulación de estas en el frente de Annual,
dejando desguarnecida la retaguardia. El levantamiento general de las cabilas
del territorio sometido solo se produjo después de evacuados los puestos por
los españoles, no antes. No fue, pues, el levantamiento de las cabilas lo que
provocó el abandono de las posiciones, sino al contrario. Fue tal el pánico a
que se produjera el levantamiento, que no se pensó en otra cosa que en la huida
para salvar el pellejo.
El Expediente Picasso destaca otras muchas
lacras del Ejército español. El testimonio de algunos soldados revela que en la
desbandada de Annual las unidades marchaban al mando de un sargento porque sus
capitanes y tenientes se habían esfumado. La permisividad del alto mando en la
concesión de permisos hacía que cuando se produjo la catástrofe de Annual, al
frente de muchas guarniciones estaba solo un sargento o hasta un cabo. Hubo
casos vergonzosos de oficiales y mandos que se despojaron de sus distintivos
–estrellas y otros emblemas– para no ser reconocidos como tales.
En Annual pereció Silvestre, no se sabe
exactamente cómo ni en qué circunstancias. Las versiones y testimonios varían:
unos dicen que murió luchando hasta el final, pistola en mano; otros, que se
suicidó. Con él murieron, también en Annual, los coroneles Manella y Morales,
así como otros jefes y oficiales. ¿Era Silvestre el único responsable de los
hechos? Lo más cómodo y fácil era echarle la culpa al muerto (nunca mejor
dicho). Esto intentaron muchos para librarse de toda responsabilidad, empezando
por Berenguer y los miembros del Gobierno. ¿Hasta dónde le fue permitido al
general Picasso instruir su expediente gubernativo? Por real decreto del 24 de
agosto, y luego del 1 de septiembre de 1921, la información del general Picasso
debía quedar limitada a los hechos realizados por los jefes, oficiales y tropa,
que habían dado lugar a la rápida evacuación de las posiciones, pero no debía
extenderse en ningún caso al alto comisario, comandante en jefe del ejército de
África. Berenguer quedaba, pues, excluido de la información del juez instructor
por decisión del Gobierno, que así lo había acordado en Consejo de Ministros.
El debate en torno a las responsabilidades
por el Desastre de Annual cobró tales dimensiones que adquiría ya los
caracteres de un proceso al régimen. Era del dominio público que el general
Fernández Silvestre era “amigo particular y protegido del rey”, en palabras del
embajador británico en Madrid, y eran cada vez más insistentes los rumores de
que Alfonso XIII había aconsejado al general avanzar, reafirmándole su apoyo.
Corría la voz de que el rey habría enviado a Fernández Silvestre un telegrama,
en el que con aquella bravuconada de “Olé los hombres, el 25 te espero”, le
animaba a cumplir su promesa de que el 25 de julio, día del Apóstol Santiago,
conocido vulgarmente como Santiago Matamoros, estaría en Alhucemas. Este famoso
telegrama nunca se encontró ni pudo probarse que existiera, aunque bien podría
habérsele hecho desaparecer. En este sentido, resulta por demás sospechosa la
decisión de Fernández Silvestre, al verse perdido en Annual, de mandar a
Melilla en un coche rápido a su hijo, en compañía del teniente coronel Tulio
López, ayudante del general, quienes, al no tener las llaves de su despacho,
descerrajaron los cajones llevándose los documentos. También fue descerrajada
la mesa del comandante Hernández, secretario particular de Fernández Silvestre.
¿Qué documentos contenían las mesas del general y de su secretario particular
que corría tanta prisa recuperar y hacer desaparecer?
Además del Expediente Picasso, la Comisión
de Responsabilidades del Congreso trató de desentrañar las causas de aquella
catástrofe. Constituida a principios de julio de 1923 a propuesta del diputado
reformista Álvarez Valdés, estaba compuesta de 21 diputados de diferentes
partidos políticos, y tenía por misión examinar todos los documentos y datos
que estimara necesarios solicitar del Gobierno, y practicar después todas las
informaciones que juzgara convenientes para dictaminar sobre la conveniencia de
formular una proposición de actuación en el Senado contra las personas que
hubiesen contraído responsabilidades con motivo de la acción de España en
Marruecos. Se proponía recabar información no solo sobre los hechos acaecidos
en julio de 1909, sino sobre los antecedentes de la acción de España desde 1909
y la posterior al Desastre de Annual, seguida por los diferentes gobiernos y
las autoridades militares de la zona. Ante la comisión declararon altos mandos
del Ejército, incluidos los altos comisarios Marina, Berenguer y Burguete,
jefes militares como el general Cabanellas, el coronel Riquelme y el teniente
coronel Dávila; el alto comisario civil Silvela y otros destacados funcionarios
civiles de la Alta Comisaría, como López Ferrer, o del Gobierno, como Aguirre
de Cárcer, jefe de la Sección de Marruecos del Ministerio de Estado. La
Comisión de Responsabilidades debía reunirse el 20 de septiembre de 1923 para
redactar las conclusiones que presentaría a principios de octubre a la mesa del
Congreso. El golpe de Estado del general Primo de Rivera el 13 de septiembre le
impidió presentarlas.
Contrariamente a las apariencias, la página
de Annual no se había pasado definitivamente; Primo de Rivera, que ya había
anulado mediante un decreto ley en mayo de 1924 la normativa establecida en
1918 y 1922 para evitar los favoritismos y abusos de los ascensos por méritos
de guerra, completó ese decreto ley con el Reglamento de Recompensas de abril
de 1925, conforme al cual estas quedaban restablecidas. Los principales
beneficiarios serían las fuerzas de choque, por su destacada actuación en el
desembarco de Alhucemas en septiembre de 1925 y operaciones posteriores,
empezando por Franco, quien, ya coronel desde febrero de 1925, fue ascendido a
general de brigada en febrero de 1926. Con esa fulminante carrera, dos ascensos
seguidos en un año, era normal que todos los jefes y oficiales de la Legión
soñasen con ser como él, generales a los treinta y tres años. La lluvia de
ascensos y recompensas que cayó sobre ellos y sobre otros jefes y oficiales del
ejército de África creó de nuevo un profundo malestar entre los militares que
no se habían beneficiado de tanta prodigalidad y que seguían siendo en su
mayoría partidarios de las antiguas Juntas de Defensa, con cuyo espíritu se
identificaban. En este sector del Ejército la desafección a la monarquía era
creciente, aunque, entre muchos, más por despecho al sentirse perjudicados que
por verdadero sentimiento republicano. Con todo, había una minoría cuyas ideas
republicanas más o menos latentes o declaradas y el rechazo a la dictadura se
acompañaban de la aspiración a volver a un régimen parlamentario, pero sin el
rey.
Si el Desastre de Annual había llevado a la
dictadura, sus secuelas a largo plazo causarían también su caída, arrastrando
en ella a la monarquía. A su vez, la victoria sobre Abd-el-Krim contribuyó a
fortalecer el poder de los elementos más cerriles y ultrarreaccionarios del
Ejército, particularmente las fuerzas de choque, que serían la punta de lanza
de Franco y de los militares facciosos que se alzaron en julio de 1936 contra
la República.
María Rosa de
Madariaga (1937)
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