Y nos ha dejado también un gran poeta
Alfonso Sastre con sus hermanas en la escuela parroquial de Nuestra Sª de los Ángeles, 1935
Calle de la Infancia (Ríos Rosas, 16)
Alfonso Sastre
Aquella
vieja calle, tanquila,
dulcemente
acostada a la sombra,
con
sus sencillas tiendas (los ultramarinos a calle, tranquila, de
Yonte,
el
carbón de Parrondo,
el
bar de Frutos...)
y
con sus acacias cada año tan nuevamente jóvenes
fue
el lugar de mis primeros miedos en la vida, por la vida, a
o
para la vida. Estaba un poco enfermo. Dormitaba
en
mi hamaca rayada frente a la puerta bajo una acacia que yo recuerdo grande
(y
Paca la portera, y doña Carolina).
Enfrente
la larga tapia roja del convento
(y
Tino)
y
en un viejo entresuelo mis cosas más queridas, mis juguetes.
(Y
la guerra. Cuánta angustia recuerdo
de
bombardeos cuando papá no estaba y sonaban estruendos, lejanas explosiones.
Ya
no bajaban los tranvías por Santa Engracia paralizados por el horror del
bombardeo. ¿Y
papá? ¿Dónde estarás, papá? Así cuánto temor, temblor hasta el alivio
de
los pequeños tranvías bajando otra vez ruidosamente.
Pero
¿qué habrá ocurrido? Pero ¿por dónde iría? ¿Dónde
han
caído las bombas que nos volvieron pálidos? Alguien dice, comenta
que
trasladaban heridos en el metro, que había mucha sangre y que uno
llevaba
toda la cara rota. Pero ¿y papá? ¿Qué hace que no viene?
El
oído finísimo reconocía
con
vuelcos del corazón, enormes sobresaltos, los pasos de mi padre en la escalera.
Era
entonces morir
de
alegría, morirme enteramente, el escuchar el ruido de su querida llave
en
la antigua cerradura de la puerta. Mamá, ¿te acuerdas? ¿Verdad que no podemos
contarlo? ¿Verdad
que
era morir y luego otra vez nacer? Yo gritaba: Papá...
No.
No puedo seguir. Tenéis que perdonarme).
Hablaba
de juguetes y añado la presencia de mis padres
velando,
cuidando todo, envejeciendo.
El
tiempo era mis padres
envejeciendo
sin saberlo.
(El
tiempo todavía es mis padres
envejeciendo
y yo sin poder nada, irremediable testigo
de
una espantosa decadencia; y menos mal que yo
empiezo
a sentir algo de años, de vejez, calva, canas, hijos, y eso alivia
considerablemente
pues ya uno empieza a presentirse
sobrevivido
por sus hijos y eso alivia
-repito
la cuestión-
considerablemente).
Vuelvo
a la calle de mi infancia, recordando
sus
tiendas, sus acacias, mis juguetes, la falta de apetito, y pleuresía,
el
balconcito, los depósitos
del
Canal y el Graff Zeppelin en el cielo.
Yo
cerraba los ojos si mis padres
se
aproximaban inquietos de que yo
pudiera
estarme muerto y no dormido,
despierto
y no dormido, triste
y
no dormido.
-No
pasa nada -decían por lo bajo-. El niño duerme -y comentaban las
cosas
de la vida.
Pero
yo, entreabriendo los ojos, les miraba, acechaba
las
arruguitas, los leves gestos de cansancio, la frente
de
mi padre y los alrededores de sus ojos, y eternamente
protestaba
y pedía, como un niño cualquiera,
morir antes que ellos.
Alfonso Sastre (1926 - 2021)
El español al alcance de todos. Poemas 1942-1971. Ed. Sensemayá-Chororó. 1978
Que precioso texto de amor filial y memoria de la infancia.
ResponderEliminarGracias, Carlos, por compartirlo.
Muchas gracias. En un tiempo espero poder publicar en este blog la convocatoria de un homenaje que se realizará en Madrid... Y muchas gracias por leernos.
EliminarCon la gratitud y el compromiso de memoria de aquellos que valoran su vida y su obra, en medio del ignominioso silencio de los medios y, por supuesto, de los bien apesebrados corifeos del sistema, nos deja un jalón fundamental en la historia de la cultura española contemporánea, creador otrora censurado y perseguido, ha sido ignorado y ninguneado hasta el final. Pueden ya descansar los bienpensantes de la gestión cultural; ese imprescindible «camarada oscuro» ya no tendrá -nunca las tuvo- opciones a cualquier «Cervantes» o sinecura al uso tan oportunamente asignadas a los amigos.. Es el precio a pagar por la integridad, el compromiso y la congruencia.
ResponderEliminarMuchas gracias, Carlos. Lo que tenemos por delante es la organización de un verdadero homenaje, en el CAUM o donde nos dejen...
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