Carlos Muñiz y Julio Diamante "El tintero"
Un homenaje a Carlos Muñiz (1927 - 1994) y a Julio Diamante (1930 - 2020) quien dirigiera El tintero en su estreno en 1961. Julio, cinesta, director teatral, escritor y tantas cosas, compañero y amigo tan añorado.
El tintero en su estreno en el teatro Recoletos en febrero de 1961
Carlos Muñiz
Julio Diamante
El tintero en Cervantes Virtual (PDF)
EL TINTERO
(Farsa en dos partes y una fantasía)
CUADRO PRIMERO
Oficina de CROCK. CROCK, sentado a su mesa, rodeado de voluminosos expedientes, de pilas de legajos, trabaja afanosamente. Parece una máquina.
(Después de un largo silencio, durante el que sólo se oye el ruido de papeles que hace CROCK, éste deja de trabajar, se levanta, mira sigilosamente a los dos laterales y vuelve a su mesa frotándose las manos, con la expresión más risueña, más humana. Abre un cajón de su mesa y saca un florero. Abre otro cajón y saca un pequeño ramo de flores. Coloca con esmero las flores y se pone a silbar. Las huele y respira hondo, con los ojos cerrados. Luego se sienta y, mientras silba en tono muy bajo, queda mirando, absorto, las flores, con expresión definitivamente feliz. Aparece el CONSERJE con un montón de papeles, que deja, con ademán cansino, sobre la mesa de CROCK. Cuando se va a marchar repara en el florero.)
CONSERJE.– Buena mañana, ¿eh?
CROCK.– Muy buena. Una estupenda mañana de primavera.
CONSERJE.– (Despectivo.) Primavera... (Con severidad.) Señor Crock..., ¿le
parece bonito?
CROCK.– ¡Me parece muy bonito!
CONSERJE.– (Sibilino.) También le parecerá bonito que dé parte de usted al
Jefe de Personal...
CROCK.– No lo hará, ¿verdad?
CONSERJE.– Si le vuelvo a ver con esa porquería encima de la mesa, ya verá
usted si doy o no doy parte.
CROCK.– ¿Usted no ha olido nunca las flores?
CONSERJE.– No puedo. Me hacen estornudar. (Gritando.) ¡Y basta de charla!
Ya sabe lo que le he dicho. Como las vuelva a ver ahí encima daré parte de usted... Va contra el reglamento.
CROCK.– ¡Qué reglamento ni reglamento! ¿Quién es usted para amenazarme
a mí? (Se pone en pie, enfurecido.)
CONSERJE.– Soy el Conserje. No “un” conserje. ¡El Conserje! El que cobra más gratificación de todos, el brazo derecho del señor Jefe de Personal. No lo olvide. Soy... ¡el Conserje!
CROCK.– ¡El que cuenta todos los chismes de la oficina!
CONSERJE.– El que hace respetar el reglamento. Y usted siempre está saltándoselo a la torera. Es malo saltarse el reglamento a la torera. Se expone uno a terminar mal, muy mal. ¡Y se acabó! ¡Quite ahora mismo eso de ahí encima!
(CROCK le mira, acobardado; coge las flores, las saca del florero y las guarda. Luego guarda el florero. El CONSERJE sonríe con aire de triunfo y se marcha. CROCK se pone a trabajar con el mismo furor que al principio. Su cara es otra vez taciturna. Al cabo de un buen rato para en seco. Está pensativo y preocupado. De pronto, como si el CONSERJE estuviera allí mismo, dice, dirigiéndose al sitio que ocupaba el otro:)
CROCK.– ¿Y quién es usted para decirme que quite las flores de mi mesa? A mí los conserjes me importan un comino. ¿Lo ve? (Saca las flores y las coloca allí encima.) Soy un hombre... ¡Y tengo narices! ¡Y hay primavera! ¡Y hay flores! ¡Y puedo olerlas porque huelen a gloria! ¡Tengo un carnet de identidad y una chaqueta y un chaleco! Las narices se han hecho para algo, ¿no? Y la boca también. ¡Y el corazón y la alegría! (Huele a flores profundamente y se pone a cantar con una voz lamentable “La donna é mobile”.)
(Aparece el Jefe del Personal. Es un tipo de hortera refinado. Traje verdoso, calcetines amarillos y zapatos colorados. Es algo cargado de hombros y lleva un lacio y repugnante bigote, que cae hacia las comisuras de los labios con una languidez desesperante. Su palidez biliosa y su cara de odio reconcentrado por todo cuanto le rodea en la vida le dan un aspecto francamente nauseabundo. Le llamaremos FRANK, y podemos suponer que tiene esa edad peligrosa en la que un hombre ha perdido las energías y no ha conseguido subir más que muy poco. Supongamos que tiene, pues, treinta y ocho años. Viene frotándose las manos, gesto que repetirá constantemente, y procura dibujar en su cara una sonrisa que se queda en una horrorosa mueca.)
FRANK.– Señor Crock... (CROCK calla.) ¿Se piensa pasar toda la mañana haciendo... disparates?
CROCK.– No, no, señor.
FRANK.– ¡Usted estaba cantando!
CROCK.– Sí, señor...
FRANK.– (Cogiendo las flores y tirándolas a la papelera.) Crock..., ¿florecitas a sus años?... ¿Le parece bonito? ¿Y el reglamento?
CROCK.– ¡Es primavera!
FRANK.– ¿Dónde? Yo no la veo. ¿Lo dice el reglamento?
CROCK.– Ahí fuera. En la calle. Mire los arboles, y los niños, y las mozas...
FRANK.– ¿También libidinoso? Mal camino lleva, querido Crock.
CROCK.– No es malo, señor Frank. ¡Se lo aseguro!
FRANK.– ¡Todo es malo cuando supone una falta de respeto! (Ha hecho ya casi mutis, frotándose de nuevo las manos.) Usted siempre hace lo que está prohibido en la casa. Eso es grave. ¡Muy grave!
CROCK.– ¿Por qué está prohibido?
FRANK.– Por orden del señor director.
CROCK.– Pero ¿por qué?
FRANK.– Por qué... ¿qué?
CROCK.– No, nada, nada... Usted perdone.
FRANK.– ¿Cómo va el trabajo?
CROCK.– Muy bien.
FRANK.– Ya lo veremos. (Se va frotándose las manos.)
CROCK.– Pero ¿por qué no?... ¡Puaf! (Hace un gesto de fastidio y vuelve a su trabajo, malhumorado. Trabaja durante un buen rato. Largo silencio.)
(Entra el AMIGO. Edad indefinida. Pobremente vestido. Se asoma con timidez por uno de los laterales.)
AMIGO.– ¡Pscht! ¡Pscht!
CROCK.– (Sin mirar.) ¿Qué hay?
AMIGO.– Soy yo...
CROCK.– (Viéndole.) Pasa, pasa. (Sigue trabajando a la misma velocidad.)
AMIGO.– ¿Trabajando?
CROCK.– Como siempre.
AMIGO.– (Sentándose en el borde de una silla.) Por mí, sigue. ¿Cómo estás?
CROCK.– Triste, muy triste.
AMIGO.– ¿Por qué?
CROCK.– No hay primavera.
AMIGO.– ¡Si hace un día maravilloso!
CROCK.– Aquí no hay primavera.
AMIGO.– (Incrédulo.) ¿No?
CROCK.– Lo ha prohibido el reglamento.
AMIGO.– ¡Qué tontería! ¡El reglamento no manda en el sol!
CROCK.– ¿Qué no? Que te crees tú eso. Manda en todo. Lo ha dictado el Director.
AMIGO.– En el sol manda sólo Dios.
CROCK.– Pues el Director lo ha prohibido.
AMIGO.– ¿Qué ha prohibido?
CROCK.– Todo. Que cante, la primavera... Todo, todo.
AMIGO.– ¿Y no te aburres?
CROCK.– Mucho. Pero tengo una familia.
AMIGO.– De eso venía a hablarte. ¿Piensas traértelos definitivamente?
CROCK.– Claro. No van a estar toda la vida en el pueblo.
AMIGO.– Pues verás. Como yo ando siempre paseando, he visto hoy unas
casas muy bonitas. Su alcobita, su cocinita, su retretito...
CROCK.– ¿Cuánto?
AMIGO.– Trescientas mil.
CROCK.– (Decepcionado.) No podré traerme la familia.
AMIGO.– Luego he visto otras peores...
CROCK.– ¿Cuánto?
AMIGO.– Cien mil. Pero esas no tienen retrete.
CROCK.– Se quedarán allí para siempre.
AMIGO.– ¿En el pueblo?
CROCK.– En el pueblo. ¡Maldita sea! Cada sábado, sesenta kilómetros en bicicleta. Me compré la “bici” porque subieron el precio del coche de línea. Ya la he amortizado, ¿sabes? Lo malo de la “bici” es que me canso mucho. Y me da tos. Y cuando llego el sábado por la noche al pueblo no tengo fuerzas para abrazar a mi mujer. ¡Es una lata! Toda la semana soñando con llegar allí para abrazarla, y cuando llego cada sábado me acuesto y me duermo como un tronco.
AMIGO.– Pero ¡te desquitarás el domingo!
CROCK.– ¡Quia! Si me desquitara el domingo, el lunes no podría venir en la
“bici”. No te conté lo que me pasó cuando estrené la “bici”. (El otro niega.) Llegué el sábado al pueblo. Estaba muy cansado y me dormí. Pero el domingo dije: “¡Me desquito!” ¡Y me desquité! Pero el lunes, cuando salí a la carretera, me temblaban las piernas y tuve que esperar al coche de línea, y me vine en él. (Pensativo.) No... No es financiero pagar por mí y por la “bici”. (Como pensando en voz alta.) Pero el pueblo es muy bueno. Y es muy sano. Allí corren los chicos todo el día y tienen color de manzanotas. Y la vida está más barata. El perejil lo regalan. Mi mujer se apaña mejor. Cuando encontremos piso, nos abrazaremos mucho, no tendré que hacer sesenta kilómetros a golpe de pedal; pero los chicos sólo podrán correr por el pasillo y no podrán respirar más que el humo de los autos. Hay demasiados autos aquí. Y todos echan humo. ¡Si vieras qué bien se está allí!... A ver si te animas y vas un día, hombre. Aquello es estupendo. El cielo es más grande y más azul. Y hay flores y yerbas que huelen a limpio. Mi Paquito ya está hecho un hombre. Ya va a la escuela. A los chicos hay que educarlos desde muy pequeños, para que luego sean hombres de provecho. A mi Paquito le haré médico. Y a mi Antonio, también. Es bueno ser médico. Y muy bonito. El que me ha visto a mí vive que da envidia. Y no es de los mejores, no creas. Es de la Mutua. Pero vive muy bien. Me ha puesto a plan.
AMIGO.– ¿Qué tienes?
CROCK.– Por lo visto, no tiene importancia. Lo mío se arregla haciendo dos horas de reposo después de la comida y tomando unas píldoras que venden en Suiza. Unas píldoras maravillosas. También me ha dicho que coma filetes de ternera. Dice que si como mucha carne, me pondré bien enseguida. Cuestión de vitaminas. Claro que yo prefiero que se coman la carne los chicos. Ahora están en la edad. Además, a mí no me gusta. Se me hace como un estropajo. No estoy acostumbrado. A eso, como a todo, hay que acostumbrarse de pequeño... Y en mi casa no había carne. No éramos ricos. Lo que a mí me gusta son las judías, pero me dan flato. ¿A ti no?
AMIGO.– También. Lo que a mí me gustan son las gambas.
CROCK.– Calla... ¡Las gambas! Son carísimas. Yo las comí una vez...
(Vuelve a entrar FRANK. Trae unos papeles debajo del brazo.)
(...)
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