María Zambrano "Ciudad ausente"
Ciudad ausente
Al irse alejando, naufragaban en la niebla opalina torres y espadañas, chopos enhiestos y campo desnudo, todo desaparecería en la luz lechosa de un lento amanecer: moría la ciudad, se disolvía en el horizonte: por un momento todo quedó –el hueco de la ciudad– y el aire quieto en soledad oscura. Fue el instante en que se apagó la presencia real de la ciudad y aun no estaba bastante lejos para que naciese la otra, la ciudad real, esquema de ciudad, arquitectura de paisaje. Era preciso ese instante en que los ojos se quedaron sin la sensualidad de la imagen y el oído, sin el murmullo de la confusión para que el intelecto gozara plenamente con la auténtica belleza del paisaje desnudo.
Nada perdía la ciudad ausente descarnada de sensual envoltura; viva roca, piedra viva era lo esencial de su materia, y lo demás geométrica ordenación de una peculiar y expresiva geometría. El verde de los árboles y el tostado de los mezquinos trigales se substituían por una línea ascendente en ritmo de energía y una lisa y compacta superficie, dura faz de una oculta resistencia. Todas las cosas son allí preludios no más, puntos de partida, problemas para la mirada que se hace ascética; el ojo no descansa en la cara amable de las cosas, es paisaje de inquietud que brinda lucha y esfuerzos, paisaje donde una física pitagórica es más real que la superficial imagen de una pintura impresionista. Por eso tu verdad, ciudad, está en la ausencia de esta mañana –raso de aire– en que los ojos sin verte te sueñan. Y el aire fino de la sierra, hermano de tu limpia arquitectura, me ayuda a comprender tu arisca desnudez en la áspera alegría de esta hora transparente.
La mirada quieta contempla tu esquema; una lenta escenografía intelectual va borrando los aspectos, el oro de tus tardes, la faz resquebrajada de tus calles, el silencio azul de tus plazuelas en calma, las cobrizas alamedas envueltas en el sonar del río. Y mañanas y ocasos, orgías de color se han hundido por innecesarias. Un equilibrio de fuerzas queda en pie; forma y estructura... y expresión: sin gestos, ni contorsiones, expresión de pura geometría, personalísima y singular.
Y eres en el esquema, tú siempre, la misma, la única: tu esencia no estaba en la imagen, era medida, ritmo de sonidos que no suenan, «música callada». Y el tiempo se ha detenido al borde de sí mismo y te ha mirado sin destruirte, y pasa ligero; tú has quedado desnuda y de pie, alegre y necesaria.
Ahora sólo eres mía y eres ciudad, no caos de edificios y sensaciones; en la ausencia estás ante mí más que nunca, en presencia ideal, llena de gracia en mi intelecto.
Pero la mañana prendida en los campos, vibra ya más deprisa; manchas de sol en arrebato de velocidad se amasan con negros pinares; se rompe la quietud en mil trozos dispersos; en cada uno una luz, a cada paso una canción, en cada mirada una sonrisa distinta. La unidad está rota, nubes de sonidos nos azotan la cara, y los colores en loca independencia saltan en nuestras pupilas. Puente quebrado; río en zigzag, pronto las esquinas rotas se fugan de nuestra mirada.
Revista Manantial. 4-5. 1928
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