Antonio Martín "El discurso del Rey"

Después de la inusual actividad de las últimas semanas, Su Majestad pasó una mala noche con extraños sueños, confusos y agitados, así que cuando recibió en su dormitorio al mayordomo para darle las instrucciones de la mañana, su cara un poco pálida y ojerosa delataba la lucha interior y el peso de la responsabilidad que la historia había puesto en sus espaldas.
Apenas unos años antes, él era el príncipe heredero, un joven que disfrutaba de las delicias de sus primeros años de matrimonio y que vivía un tanto ajeno a los escándalos de corrupción política; pero de la noche a la mañana, un buen día, su vida cambió completamente. Su padre, el anciano Rey, después de años de golferías y trapicheos en compadreo  con los partidos políticos y ocultados por los medios de información corruptos, no pudo seguir con su doble vida, sus amantes, sus negocios sucios y se vio obligado, muy a su pesar,  a abdicar y  precipitadamente dejar la corona en manos del príncipe, su hijo. Y desde ese día, él se convirtió en el Jefe del Estado y de las Fuerzas Armadas; y rápidamente, con enorme tristeza, fue descubriendo que él apenas podía hacer nada ante aquella avalancha de corrupción producida por aquellos que se llaman representantes del pueblo y sólo piensan en llenarse los bolsillos y mentir y burlarse de la gente sencilla. Además, su tristeza se acrecentaba cada vez que pensaba en la responsabilidad que tuvo su padre en el devenir de todo aquel mar de fango, en aquella ciénaga que corrompía y hundía el Estado y la sociedad.
En aquellas las últimas semanas en el palacio real, ese gran escenario de representación política,  se desarrolló una inusual actividad.  En un despacho especial, adecuado y limpio de micrófonos,  tuvieron lugar algunas reuniones discretas de Su Majestad con altos militares. De esas reuniones, algún rumor corrió por los pasillos de palacio, pero nada trascendió a los grandes medios de opinión pública.

Su Majestad, vestido con pijama de seda y descalzo sobre el suelo de tarima,  tomó una gran bocanada de aire, irguió el pecho, desperezándose, y dirigiéndose al mayordomo dijo en tono relajado, pero firme:
- Lorenzo, deje la agenda a un lado. Llame al equipo de cámaras y maquillaje, quiero que todo esté preparado para las diez de la mañana. Necesito dar un mensaje ... a la nación. Ah, muy importante avise al cuarto de plancha para que tengan listo el traje de capitán general y mande a cocina  para  preparar unos sanwiches para los soldados del jardín
El mayordomo al escuchar estas palabras tuvo el presentimiento de que algo fuera de lo común podía suceder y de manera casi instintiva hizo ese movimiento militar de  juntar los talones y bajar la cabeza al tiempo que exclamaba con firmeza:
- A su servicio, Majestad. (tomo aire un momento y luego prosiguió en un tono algo dubitativo) En su despacho tiene los periódicos, el resumen de prensa y la relación de audiencias.
- Cancele todas las visitas. Durante la mañana sólo estaré en contacto con el Alto Estado Mayor  y las Capitanías.

Entonces el mayordomo comprendió claramente que algo gordo iba a estallar ya, en esa misma mañana, dentro de unas horas. Y pensó que eso confirmaba los rumores que circulaban entre los sirvientes de palacio, unos rumores que se habían hilado con retazos y frases sueltas escuchadas por casualidad en boca de los aquellos viejos generales que con una u otra excusa habían visitado el palacio durante las últimas semanas.

Unos minutos después se anunció al país, a través de los medios de comunicación, que el Rey iba a dar un discurso extraordinario, y ante la inusual convocatoria, millones de ciudadanos se congregaron impacientes delante de las pantallas para escuchar las palabras del Jefe del Estado .

A las diez de la mañana, en palacio,  todo estuvo listo para grabar el mensaje a la nación de Su Majestad, que vestido con los distintivos de Jefe de las FFAA se sentó en una butaca tras un brillante escritorio de caoba, flanqueado a un lado por la bandera nacional y a al otro por la foto de la familia real.

Antes de comenzar la alocución, sentado ante la cámara, Su Majestad se persignó encomendándose a la providencia divina como si comenzara una batalla de incierto resultado, luego tomó un sorbo agua, el piloto de la cámara se encendió y comenzó su alocución.


“Queridos compatriotas, si hoy os he convocado de manera imprevista es para comunicaros las graves decisiones que como jefe del Estado y de las Fuerzas Armadas he tomado, obligado por el estado calamitoso de nuestra gran nación.
En los últimos meses todos hemos visto como la situación se ha deteriorado rápidamente, nuestro querido pueblo, ante el mal gobierno, la corrupción y la miseria, por fin ha reaccionado y se ha manifestado de modo masivo en las calles al grito de “QUE SE VAYAN TODOS”. Sí, yo también comparto este grito de justa indignación porque todos los partidos políticos de uno u otro signo son los mayores responsables de la lamentable situación en que nos encontramos.
No deja de ser paradójico que los que deberían ser los representantes del pueblo se hayan convertido en los tiranos del pueblo. Los partidos fanatizan a sus seguidores  para llegar al poder y una vez conquistado, en vez de cuidar el bienestar de todos (que con el progreso tecnológico debería estar garantizado), se dedican a enriquecerse ellos con el dinero público mediante contratos amañados, comisiones bajo cuerda, redes clientelares de asociaciones y chiringuitos subvencionados.  Es decir, queridos compatriotas los partidos políticos han generado una especie de Estado paralelo para sus propios fines de enriquecimiento y poder y ello a costa del bienestar general. Yo soy testigo de ello y lamentablemente no he podido hacer nada mientras el pueblo estaba dividido y fanatizado por las ideologías de unos y otros; pero al día  de hoy su juego ya engaña a muy pocos, la mayoría de nuestros ciudadanos ha dado la espalda a los partidos, la abstención en las últimas elecciones ha rondado el 75 %  y las manifestaciones convocadas por Espiriman han reunido a millones de ciudadanos indignados, todo esto, me obligan a mí, como Jefe del Estado, a dar una respuesta contundente.

Así que mi primera orden es ilegalizar a todos los partidos políticos, salvo el PNV al que se le permitirá continuar como asociación deportiva, si así los considera. La segunda orden ejecutiva  es destituir al gobierno, al parlamento y a todas las autoridades de la partitocracia que serán sustituidos por la autoridad militar. La tercera orden consiste en el control militar de todas las cadenas de TV y emisoras de radio que a partir de aquí se dedicaran su programación a temas culturales, no obstante, Internet podrá funcionar con total libertad.
No quiero engañar a nadie: esto es un golpe de estado en toda regla. Pero un golpe que no pretende instaurar un régimen militar o autoritario, sino  llevar la imaginación al poder como dice el viejo lema, ya que se hace con el firme compromiso de convocar unas elecciones democráticas en el plazo de seis meses que establezcan la nueva legalidad. Estas nuevas elecciones no tendrán nada que ver con las elecciones controladas por los partidos políticos que en adelante, y lo vuelvo a remarcar, serán asociaciones ilegales, ya que será el puro azar, la suerte mediante público sorteo, donde cada ciudadano tendrá un número, la que elija los diputados o parlamentarios;  éstos representarán la soberanía del pueblo y tendrán plenos poderes  para designar un gobierno y derogar y elaborar leyes.  La única petición que me permito realizar a los futuros diputados es que mantengan el nuevo sistema electoral y la ilegalización de los partidos políticos; como dice  Noam  Chomski: es posible y además preferible que la democracia no tenga partidos políticos. Y, por último, pongo mi cargo de Jefe del Estado a disposición del pueblo soberano para realizar un referéndum sobre la forma política del Estado (Monarquía o República) que se realizará cuando lo estime oportuno el nuevo parlamento.
Queridos compatriotas, comenzamos una nueva etapa de nuestro país, no os voy a engañar dibujando un futuro placentero, carente de riesgos e incertidumbres, pero debemos confiar en que esta nueva bandera de regeneración sirva para unir a todo el pueblo en un común esfuerzo para lograr un futuro mejor, un proyecto nacional donde todos tengamos cabida como hermanos compatriotas. 
El Rey había acabado su discurso, se levantó de su asiento y para concluir, gritó a pleno pulmón delante de la cámara:
 ¡ La imaginación al poder ! .
 ¡Viva España ! ”

Cuando la imagen del Rey se desvaneció del televisor, millones de ciudadanos se quedaron  silenciosos, ausentes y alucinados  mirando ondear la bandera en la pantalla que se fundió en una nube borrosa, en una polvareda de donde parecían salir entre mugidos de ganado vacuno unas esquilas y el inconfundible zumbido de la rígida alarma.

El monarca pasó una mala noche con extraños sueños, confusos y agitados. A las ocho cuarenta y cinco el mayordomo golpeó suavemente la puerta del dormitorio y esperó. El Rey se incorporó y se sentó en el borde del lecho, poco a poco, se apagaban las imágenes y los ecos oscuros del sueño. Girando la cabeza, reconoció los cotidianos objetos del dormitorio iluminados por una franja de luz que penetraba entre las cortinas. Pensó ,con pereza, que un día más se amontonaba y se preguntó si los reyes de antaño tendrían agendas que cumplir, si harían lo que su voluntad quisiera o si serían como esos pintarrajeados autómatas de reloj que cuando se da la hora salen a bailar un vals al compás del carillón. 
El mayordomo entró en el dormitorio para recibir las instrucciones de la mañana. Su rostro cotidiano y afable era reconocido y  reconfortante. En sus manos portaba una copia de la agenda oficial. Estuvieron conformes en que todo se haría, como siempre, de acuerdo a la agenda. Repasaron juntos las tareas y actos: la lectura del resumen de prensa ya elaborado, las recepciones y besamanos previstos...y el discurso habitual para la Navidad... Muy bien, muy bien, así debía ser, pero poco espacio para la imaginación, pensó resignadamente Su Majestad.

ANTONIO MARTÍN

MADRID, 10 ABRIL, 2020

Comentarios

  1. Antonio Martín sabe recoger en sus narraciones todo el estupor y la alucinación (real) de los tiempos en los que nos ha tocado vivir. Genial.

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  2. He escrito un relato de política-ficción para tomar la distancia humorística necesaria ante la vida política que nos acosa. Espero que nadie se sienta sienta ofendido y disfrute con su lectura.
    UN SALUDO A CARLOS CABALLERO Y LA BALADA DE CARABANCHEL

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